LA VIDA PRIVADA DE FELIPE II
(Texto de Juan Carlos Cobo Cueva, en ARTEHISTORIA)
A lo largo de la Historia de España encontramos pocas figuras tan controvertidas como Felipe II, presentado por sus defensores como arquetipo de virtudes mientras que para sus detractores se trataría de un auténtico monstruo sin escrúpulos. Con ambos planteamientos se han originado dos leyendas de signo evidentemente contrario: la Leyenda Rosa defendida en épocas pasadas donde la idea del Imperio Español era el objetivo prioritario, y la Leyenda Negra promovida por dos de los más poderosos enemigos del monarca español: su antiguo secretario Antonio Pérez con la publicación de las "Relaciones" en 1594 y el líder de los rebeldes holandeses, Guillermo de Nassau, el Príncipe de Orange, autor de la famosa "Apología" publicada en 1580. En ambas obras se vierten acusaciones sobre la figura de Felipe y contra los castellanos a los que se les cataloga como "pueblo maligno y perverso, lleno de orgullo, arrogancia, tiranía e infidelidad" - Antonio Pérez dixit -. En la actualidad los especialistas tratan de romper esta dualidad para presentarnos una visión del monarca más cercana a la realidad. Bien es cierto que parte de la culpa de esa visión negativa existente durante largo tiempo debe ser achacada al propio rey ya que siempre se negó a realizar una campaña propagandística a su favor, a la vez que ordenó destruir toda su correspondencia personal con su confesor, el ascético dominico Diego de Chaves, desapareciendo así una fuente directa para conocer su reinado. En este gesto se basan sus detractores para presentarlo como un personaje nefasto ya que en esas cartas se ofrecería la verdadera personalidad de Felipe. Don Felipe nació en Valladolid el 21 de mayo de 1527 a las cuatro de la tarde en el palacio de don Bernardino Pimentel, junto a la iglesia de San Pablo; era el primer hijo del emperador Carlos V y de Isabel de Portugal, atractiva, inteligente y hábil estadista como demostraría en los años que regentó el país por los continuos viajes de su esposo. El parto duró trece horas y Carlos permaneció junto a su mujer durante todo el tiempo. Dicen algunas fuentes que doña Isabel no gritó durante el alumbramiento ya que ella consideraba que las reinas de España no debían manifestar dolor en esos momentos. Carlos se mostró "alegre, regocijado y gozoso del nuevo hijo" organizando festejos para celebrar el nacimiento del primogénito. El bautizo del príncipe heredero tendría lugar a las seis semanas del nacimiento en el vallisoletano convento de San Pablo; el pequeño Felipe recibió el agua bautismal del arzobispo de Toledo siendo sus padrinos el duque de Béjar, condestable de Castilla, y Leonor, hermana mayor de Carlos y reina de Francia. Tras el bautizo continuaron las celebraciones en las que participó el propio emperador, enrareciéndose la atmósfera festiva con la noticia del saqueo de Roma por parte de las tropas imperiales lo que provocó la suspensión de los festejos y el cambio de indumentaria de Carlos, que se vistió de luto por los sucesos aunque no dio orden a las tropas de retirarse de la Ciudad Papal.
El 10 de mayo de 1529 el pequeño Felipe será jurado como heredero de la corona de Castilla por los procuradores a Cortes reunidos en el madrileño convento de San Jerónimo,a la vez que se reconocía a la emperatriz Isabel como regente durante la ausencia de Carlos. Los continuos viajes del emperador no le permitirán atender los aspectos educativos del príncipe, dedicándose a ello su madre por lo que Felipe manifestará a lo largo de toda su vida una cierta inclinación hacia lo lusitano. La portuguesa Leonor Mascarenhas fue nombrada su aya, sintiendo por ella gran afecto y confianza. El pequeño príncipe crecía junto a su hermana María - nacida el 21 de junio de 1528 apareciendo en algunas cartas muestras de su carácter:` "es tan travieso que algunas veces S. M. se enoja de veras; y ha habido azotes de su mano, y no faltan mujeres que lloran de ver tanta crueldad". A pesar de la "crueldad" la relación entre madre e hijo seria muy estrecha aunque la temprana muerte de doña Isabel en 1539 romperá ese lazo y provocará una repentina madurez en el príncipe.
La educación recibida por don Felipe fue amplia y variada, teniendo como objetivo el gobierno del Estado. Don Juan Martínez Siliceo fue nombrado tutor en 1534 "para que "le enseñase a leer y escribir"; un año después Juan de Zúñiga era nombrado su ayo y en 1535 se creaba la casa del Príncipe lo que supondría que tendría alojamiento, asistentes y capilla independientes. Siliceo y Zúñiga serian los encargados de su educación. El humanista Cristóbal Calvet de Estrella se encargaría de la instrucción del latín y el griego; Honorato Juan le enseñaría matemáticas y arquitectura mientras que Juan de Ginés Sepúlveda impartiría geografía e historia. Un humanista de la casa real escribió para la educación del príncipe manuales sobre lectura y gramática. La música ocuparía un importante lugar en la formación siendo su maestro el compositor granadino Luis Narváez, enseñándole a tocar la vihuela. Felipe progresaba en su educación aunque algo despacio, interesándose más por la caza que por el estudio, completando con ambas actividades su tiempo lo que tranquiliza a Siliceo ya que "con esta hedad de catorze años en la qual la naturaleza comiença a sentir flaquezas, aya Dyos dado al príncipe tanta voluntad a la cara que en ella y en su estudyo la mayor parte del tyempo ocupe". A pesar de haberse elegido los 'mejores docentes, el alumno no progresaba en los niveles deseados por el padre ya que a Felipe no le gustaba la escuela. Como bien dice Henry Kamen: "Como alumno, el Príncipe no era un modelo ni, mucho menos, sobresaliente. Su manejo del latín siempre fue regular, su estilo literario, en el mejor de los casos, mediocre, y su caligrafía generalmente deficiente. Educado como humanista, nunca llegó a serlo". Sin embargo, este contacto con los eruditos le proporcionará una gran pasión por los libros, pasión que se prolongará durante toda su vida como se aprecia en la biblioteca de El Escorial donde reunirá la mejor colección bibliográfica de su tiempo, contando con los más variados temas, desde arquitectura a teología pasando por tratados militares, música o magia. La formación de Felipe no se hizo en solitario sino que al príncipe le acompañaban seis pajes nobles, entre los que destaca Luis de Requesens, objeto de las burlas de sus compañeros por su fuerte acento catalán. En esta pequeña corte, Felipe organizaba torneos y bailes, manifestando ya en la adolescencia la ación al baile, a las fiestas cortesanas y a los ejercicios de caballería que encontramos a lo largo de su vida.
Los continuos viajes del emperador obligaron a Felipe a hacerse cargo de la Regencia de España en 1543, auxiliado por una junta de consejeros integrada por Juan Pardo de Tavera, arzobispo de Toledo; Francisco de los Cobos, secretario de Carlos; y Fernando Alvarez de Toledo, duque de Alba. Serán famosas las cartas e instrucciones en las que el emperador, al tiempo que proporcionaba a su hijo normas de gobierno y consejos sobre asuntos de estado, le avisaba del carácter y los defectos de cada uno de sus asesores. "Es mejor discutir los asuntos con varios consejeros y no atarse a ninguno", decía el experimentado Carlos, recomendación que Felipe seguirá durante toda su vida, ya que siempre tendrá en cuenta las opiniones de sus colaboradores, tomando la decisión final él mismo. Con el paso de los meses el joven príncipe adquiere mayor experiencia en los asuntos de gobierno, compaginando el estudio con el gobierno de la nación. Durante el tiempo que ocupó la Regencia, Felipe se muestra en bastantes ocasiones contrario a las decisiones de su padre, especialmente en asuntos fiscales cuyo objetivo era financiar las guerras del norte.
A lo largo de su vida Felipe se casará en cuatro ocasiones, evidentemente en todas ellas por cuestiones diplomáticas y de Estado. El amor en estos matrimonios no era el motivo del enlace aunque hay que advertir que con el roce, a veces se alcanzaba. Una portuguesa, una inglesa, una francesa y una austriaca serán sus esposas, poniéndose de manifiesto el interés del monarca por estrechar lazos con los diferentes estados europeos.
La primera esposa será María Manuela de Portugal, nacida en Coimbra el 15 de octubre de 1527 por lo que era algunos meses más joven que su esposo. Hija de Juan III de Portugal y de Catalina de Austria, era prima hermana de Felipe por partida doble ya que su padre era hermano de la emperatriz Isabel y su madre, hermana del emperador Carlos. Como es lógico, este enlace formaba parte de la larga cadena de matrimonios entre miembros de las casas reales de ambos países. La boda se celebró cuando ambos cónyuges tenían 16 años, primero por poderes en Almeirim el 12 de mayo de 1543, tras la correspondiente dispensa papal por parentesco, trasladándose la princesa a Salamanca donde se realizó la misa de esponsales el 15 de noviembre del mismo año. Se cuenta que el impaciente novio presenció la entrada de la princesa disfrazado y de incógnito. Una de las primeras preocupaciones que manifestó Felipe respecto a su esposa será su obesidad aunque también hace alusión a su belleza al comentar que "en palacio, donde hay damas de buenos gestos, ninguna está mejor que ella".
La joven pareja se trasladó a Valladolid donde el príncipe recibió instrucciones de su padre con el fin de evitar excesos en las relaciones sexuales de los fogosos esposos aludiendo a que Felipe es su único hijo y no desea tener más. Estas instrucciones están encaminadas a evitar abusos conyugales que se creían había sido la causa del fallecimiento del príncipe Juan, único hijo varón de los Reyes Católicos. Para evitar problemas de este tipo Carlos alertó al ayo de Felipe, don Juan de Zúñiga, para que "el príncipe hiziesse algunas ausencias de su mugger, y specialmente que no estuviesen juntos entre dia". Incluso indicaba a don Juan que durmiese en la misma habitación que Felipe si fuese necesario. En la noche de bodas los altos dignatarios de la Corte permanecieron en la cámara nupcial durante largo rato hasta que dejaron solos a los esposos; sobre las tres de la madrugada don Juan de Zúñiga entró en la alcoba y separó a los príncipes para que se pasasen a descansar a sus respectivos lechos. Zúñiga teme "el empacho y la poca edad de los príncipes" por lo que aconseja que estén juntos durante el día, rodeados de las cortes de ambos, para que Felipe muestre desasosiego y cada vez que llegue a su mujer lo haga con tanto deseo que será muchas veces novio al año". El problema se resolvió pronto ya que Felipe sufrió un ataque de sarna al poco de la boda, lo que le obligó a dormir separado de María durante un mes. Algunos cortesanos interpretaron que esta erupción cutánea sería provocada por el debilitamiento del príncipe debido a la excesiva actividad sexual. Sin embargo parece que Felipe no estima en demasía a su mujer ya que en enero de 1544 se informa al emperador que "el príncipe va algo retenido con la princesa y desto ay algún sentimiento en Portugal". En otoño Cobos comunica que "los príncipes se tratan muy bien" aunque Felipe no hace demasiadas demandas sexuales a su esposa. Parece que don Felipe era más aficionado a las salidas nocturnas que a encamarse con la legítima esposa. Hay quien afirma que antes de contraer matrimonio el príncipe se había casado en secreto con una bella doncella llamada Isabel de Osorio, hermana del marqués de Astorga; lo de la boda parece poco verosímil pero que hubo relación entre ambos lo atestiguan los hijos nacidos de esa relación llamados Pedro y Bernardino.
Las noticias de las salidas nocturnas de Felipe llegaron a Portugal por lo que doña Catalina, madre de María Manuela, tomó cartas en el asunto, aconsejando a su hija sobre la obesidad que no agradaba al esposo, aludiendo incluso a que sería perjudicial para su descendencia. También pone énfasis en los celos , recordando a su propia madre Juana la Loca. "Pon todos tus sentidos en el propósito de no dar a tu marido una impresión de celos porque ello significaría el final de vuestra paz y contento" aconsejaba la experimentada madre.
Tras un año de matrimonio el deseado sucesor no llegaba por lo que a la joven María se le practicaron frecuentes sangrías en las piernas. A principios de septiembre de 1544 la princesa se quedaba encinta - no por las sangrías, como es lógico pensar -; el parto tuvo lugar el 8 de julio de 1545, a media noche. Nació un varón que recibió el nombre de Carlos, como su abuelo. El alumbramiento fue muy pesado al prolongarse los dolores durante varios días, siendo "laborioso por anormalidad de presentación, con dos comadronas manipulando varias horas". La princesa fallecía a los cuatro días de dar a luz, el 12 de julio de 1545. Las causas que se adujeron para explicar el fallecimiento fueron tremendamente peregrinas ya que se explicó la muerte por haber comido un limón demasiado pronto después del parto; otras fuentes dicen que fue un melón, ingerido por la princesa al aprovechar que sus camareras mayores estaban contemplando un auto de fe. La explicación más plausible sería una infección puerperal debido al laborioso parto y a la manipulación de las comadronas, en una época donde la falta de higiene podía llevar a estos trances. Apenas había cumplido los 17 años. Cobos informó al emperador que "el príncipe lo sintió por extremo, que mostró bien la amava; aunque por las demostraciones exteriores juzgavan algunos diversamente".
A los 18 años Felipe quedaba viudo y con un hijo; pasarían algunos años hasta que contrajera su segundo matrimonio, también por motivos políticos ya que el emperador deseaba establecer una alianza con Inglaterra con el objetivo de hacer frente al enemigo francés, defender los Países bajos y mantener la religión católica en las Islas Británicas tras el cisma abierto por Enrique VIII. Para llevar a cabo sus planes, Felipe debía casarse con María Tudor, reina de Inglaterra. María había nacido en Greenwich el 18 de febrero de 1515 siendo sus padres el rey Enrique VIII y su primera esposa, Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos por lo que era prima hermana de Carlos. Previamente se había pensado en un enlace matrimonial entre Carlos y María, enlace que fracasó, lo que llevó a María a seguir una vida atormentada y desgraciada. Sin embargo, a los 38 años (1553) sube al trono de Inglaterra con el nombre de María I, convirtiéndose en un buen partido para el heredero de la corona de España. Felipe tenia 26 años - doce menos que su novia y tía segunda - aceptando disciplinadamente la decisión de su padre "ya que soy un hijo obediente y no tengo más deseo que el suyo, especialmente en asuntos tan importantes". Doña María, que tenía en su poder el retrato de su prometido pintado por Tiziano, experimentó un súbito enamoramiento propiciado por su edad madura y el desamparo afectivo que había manifestado en el pasado.
La boda se celebró por poderes en Londres el 6 de enero de 1554 representando al rey de España el conde de Egmont, destacado aristócrata flamenco. Al llegar la noche de bodas el noble se acostó en el lecho de la reina para públicamente cumplir con la tradicional costumbre pero debemos advertir que estaba cubierto de la cabeza a los pies con su armadura ya que no tenía poderes para mayores intimidades, como es natural. El príncipe Felipe viajó a la tierra de su esposa en mayo de 1554, desembarcando en la costa inglesa el 19 de julio. Nada más llegar recibió la máxima condecoración inglesa, la Orden de la Jarretera, " que se lleva en la pierna derecha a manera de atapierna hecha una lazada hacia fuera" ya que su fundador Enrique VI recogió la liga de una dama caída durante un baile; al devolverla a su propietaria los cortesanos sonrieron maliciosamente, por lo que el monarca dijo en voz alta: "Que se avergüencen los que piensen mal", pasando a ser esta fase su divisa.
Los esposos pudieron verse por primera vez el 25 de julio, día en el que se celebró la ratificación nupcial y la misa de velaciones, pasando la luna de miel en el castillo de Windsor. El tálamo nupcial fue bendecido por el obispo de Winchester, retirándose los recién casados a sus aposentos tras bailar una alemana, baile neutral ya que ni Felipe sabía bailar a la inglesa ni María a la española. "Lo demás de esta noche júzguenlo los que han pasado por ello" nos narra el picarón cronista. Suponemos que el príncipe cumplió su cometido ya que a los tres meses la reina empezó a sospechar que estaba embarazada. La misión que había llevado a Felipe a tierras inglesas se estaba cumpliendo a la perfección ya que un heredero sería la máxima expresión del enlace entre España e Inglaterra, aunque se cuenta que el príncipe antes de partir dijo- "Yo no parto para una fiesta nupcial, parto para una cruzada".
En los últimos meses el vientre de María Tudor aumentaba de volumen, lenta pero progresivamente. El deseado embarazo lleva buen camino y los trajes de la reina se quedan cada vez más estrechos. El parto se espera para el mes de abril de 1555 y los preparativos se ultiman, repartiéndose incluso las invitaciones para el bautizo. Pero el deseado parto no llegaba y el tiempo del embarazo fue sobrepasado. Los médicos se rindieron ante la evidencia para atribuir el abultamiento del vientre real a una hidropesía, vulgar retención de líquidos. Bonner, el obispo de Londres, hizo ver a su Majestad que lo que había ocurrido no era más que un castigo divino por no continuar la persecución de herejes; convencido de ello, María ordenó quemar vivas en los tres meses siguientes a más de 50 personas, recibiendo en consecuencia el nombre de Bloody Mary.
Felipe y sus nobles acompañantes deseaban abandonar Inglaterra ya que no les gustaba ni el clima, ni la cerveza, ni la tendencia protestante de algunos individuos, ni siquiera se sentían atraídos por las mujeres de la tierra tal como dice una anónima copla:
"Que yo no quiero amores en Inglaterra pues otros mejores tengo en mí tierra ¡Ay, Dios de mi tierra, saqueisme de aquí! ¡Ay, que Inglaterra ya no es para mí!"
La excepción a esta copla parece ser el propio Felipe, ya que se cuenta que un día sorprendió a la hermosa vizcondesa de Montague ocupada en su aseo personal, acercándose a ella a través de una ventana abierta. Percatada de la presencia del español, la dama agarró un bastón para propinar un vigoroso golpe a tan atrevido galán. También de esta estancia inglesa se cuentan amores reales con doña Catalina Leney y con Magdalena Dacre, doncella de honor de María Tudor. Se ha llegado a especular sobre una presunta relación amorosa con una panadera, aludiéndose a esto en los siguientes versos:
"La hija del panadero, en su tosco, sayal es mejor que la reina María sin su corona"
Las malas lenguas cuentan que Felipe estaba realmente enamorado de su cuñada Isabel, la hija de Enrique VIII y Ana Bolena que pronto se hará con la corona inglesa. Isabel tenía 21 años, ojos azules y porte altivo enamorando a nuestro príncipe. Dicen que Felipe consideraba todos sus padecimientos castigo de Dios por estar enamorado de Isabel y casado con María. También se cuenta que Isabel conservó durante toda su vida el retrato de su frustrado novio presidiendo su mesa. Felipe tiene fama de mujeriego y amante de los pasteles como recoge el embajador veneciano Badoaro: "Abusa de ciertos manjares y sobre todo de dulces y pastas. Es incontinente con las mujeres".
Asuntos de Estado llevaron a Felipe a partir para Flandes el 29 de agosto de 1555. Carlos había pensado abandonar el gobierno de sus territorios y abdicar en su hijo y su hermano para retirarse a descansar al extremeño Monasterio de Yuste, donde disfrutaría durante dos años de aire puro y buenos alimentos. La marcha del príncipe supuso un duro golpe para la enamorada María, reflejándose su tristeza en una coplilla inglesa:
<
Gentle prince of Spain
Abandonada por su querido marido, la depresión empezó a afectar a la reina María que contrajo una epidemia de gripe en la primavera de 1558, siendo obligada a guardar cama en el mes de agosto. Su salud fue declinando hasta que falleció sin dejar sucesión en la madrugada del 17 de noviembre de 1558. Felipe quedaba por segunda vez viudo, aprovechando la coyuntura los ingleses para acusar a España de haber recibido grandes sumas de dinero que habían dejado maltrecha la economía inglesa a la vez que acusaban al rey Felipe de haber matado de pena a su reina. Isabel I ocupaba el trono vacante. La diplomacia hispana veía con buenos ojos la repetición de una boda híspanobritánica pero un negativo informe llegó a la corte de Felipe: Isabel "tenia algo que la incapacitaba para el matrimonio"; al parecer sufría una malformación genital con carencia de reglas y aplasia vaginal. Felipe la rechazó y la Reina Virgen se afianzaba en el poder, logrando situar a Inglaterra en una posición internacional de primera magnitud mientras seguía una vida sexual de gran actividad.
Una francesa será la tercera esposa del monarca. Su nombre es Isabel de Valois y el matrimonio es nuevamente fruto de la razón de Estado, consiguiéndose la concordia entre los reinos de España y Francia tras la firma de la paz de Cateau-Cambresis ( 3 de abril de 1559) por lo que la joven reina recibiría el nombre popular de Isabel de la Paz. Isabel había nacido en Fontainebleau el 3 de abril de 1546; era la hija menor del rey Enrique II de Francia y Catalina de Medicis. La joven princesa había estado prometida al primogénito de Felipe, el príncipe don Carlos, pero este proyecto de matrimonio nunca se llevó a cabo ya que cambió de esposo. Los desposorios se celebraron por poderes el 22 de junio de 1559 en la catedral de Notre-Dame de París representando al novio don Fernando Álvarez de Toledo, el todopoderoso duque de Alba. En la corte francesa era costumbre encamar rápidamente a los nuevos esposos, pero al faltar Felipe tuvo que ser el duque quien tomara a la novia, simbólicamente por supuesto; así que en presencia de todos los invitados, hizo una reverencia y tomó simbólica posesión del real tálamo colocando sobre él una pierna y un brazo para luego retirarse.
Don Felipe esperó a la joven esposa - tenía 14 años - en Guadalajara, concretamente en el palacio del Infantado. El rey tenia 33 años y al detenerse la joven Isabel frente a él, éste preguntó a su esposa: ",Qué miráis? ¿Por ventura si tengo canas?". La misa de velaciones se celebró el 2 de febrero de 1560, encerrándose rápidamente los esposos en la cámara nupcial por lo que el obispo de Pamplona tuvo que bendecir el tálamo a través de la puerta, ya que no tuvo el suficiente tiempo. La reina Isabel era todavía una niña que jugaba a las muñecas y a la taba por lo que la consumación del matrimonio se tuvo que posponer un año, en contra de los deseos del rey.
En las cortes europeas era habitual dar publicidad a las primeras reglas de las jóvenes princesas, infantas o reinas, por lo que conocemos exactamente la fecha en la que Isabel cambió su ciclo hormonal: el 11 de agosto de 1561. Durante el último año había crecido bastante, destacando por su estatura y su constitución fuerte y vigorosa. Ahora Felipe puede iniciar sus relaciones con su esposa aunque al principio existen lógicos problemas en la pareja, como sabemos por las cartas que los embajadores franceses escriben a la madre de Isabel: "La constitución del Rey causa grandes dolores a la Reina que necesita mucho valor para evitarlo ...".
Durante la estancia de los reyes en Toledo, Isabel padeció fiebre y erupción, temiéndose que sufriese una eventual viruela. La madre de la joven reina sospechaba que el mal de la niña fuera el mal italiano o gálico, es decir, la temida sífilis, enfermedad que parece ser congénita en Felipe, lo que explicaría los continuos abortos de sus mujeres y las erupciones que solían sufrir, así como los frecuentes dolores de cabeza del monarca, su aspecto envejecido y desdentado, con los labios resquebrajados. Para el dolor de cabeza los médicos le recomendaron que llevase la cabeza rapada, costumbre que se generalizaría entre los cortesanos. La enfermedad de la reina fue confirmada como viruela; para evitar que dejase huellas en el bello rostro de la reina la embadurnaron con clara de huevo y leche de burra, entre otros muchos remedios, mientras los galenos franceses recomendaban sangre de paloma y nata para el cuidado de los ojos.
En 1561 la corte se instala definitivamente en Madrid; los reyes son felices y su vínculo matrimonial sólido a pesar de que duermen y comen separados según indica la rígida etiqueta borgoñona que se sigue en España. Estas costumbres dieron que pensar a los embajadores franceses pero Isabel se considera una de las mujeres más felices del mundo, anunciándose en mayo de 1564 su embarazo, posiblemente gracias a los higiénicos consejos y las recetas caseras para alcanzar el embarazo enviadas por su madre. El delicado estado de salud de Isabel preocupó constantemente a su esposo, evitando los médicos la fiebre con las socorridas sangrías que debilitaban aun más a la desdichada enferma. Un aborto de gemelos fue el fruto de este primer embarazo. Los galenos españoles dieron por perdida a su paciente pero la insistencia de un médico italiano que la purgó consiguió salvar la vida a Isabel. Parece que mientras ocurrían estos desgraciados sucesos, don Felipe continúa con sus escarceos amorosos, en este caso con doña Eufrasia de Guzmán, dama de la princesa Juana y princesa de Ascoli. Isabel tuvo conocimiento de la infidelidad, trayéndole a la memoria el matrimonio de sus padres bajo el influjo de Diana de Poitiers, la amante de Enrique. Sin embargo, Felipe hizo acto de contrición y resolvió mantenerse fiel a su esposa, considerándose que la amó profundamente; a Isabel, por supuesto.
El delicado estado de salud de la reina continúa y los médicos recomiendan baños, pero Isabel se opone debido al gran pudor que manifiesta a que alguien contemplara su desnudez, ni siquiera sus propias ayudantes de cámara.
La ansiada descendencia parece que fue resuelta por ayuda divina al traerse a Madrid los restos incorruptos de San Eugenio, mártir y primer arzobispo de Toledo, desde Saint Denis de París a Madrid. La reina imploró al santo la solución a su infertilidad y a finales de año estaba embarazada. Tan sencillo como eso. Ah, la fecha de este santo es el 18 de noviembre, por si alguien desea implorarlo. El 12 de agosto de 1566 nacía una niña, en el Palacio de Valsaín que recibía los nombres de Isabel Clara Eugenia - Isabel por su madre, Clara por el día que nació, y Eugenia en honor a San Eugenio que tanto había hecho por este alumbramiento -. La madre comentó al dar a luz: "Gracias a Dios e1 parir no es tan trabajoso como yo creía". Doña Catalina de Medicis había enviado a su hija un bebedizo que facilitaba el parto - ¿la epidural de la época?- suministrado a la parturienta por su propio esposo. El embajador francés cuenta que "Felipe se portó muy bien, como el mejor y más cariñoso marido que pudiera desear, puesto que en la noche del parto estuvo cogiéndole todo el tiempo la mano, y dándole valor lo mejor que podía y sabía". El bautizo tendría lugar el 25 de agosto y Felipe pretendía llevar a su hijita a la pila bautismal en sus brazos; temeroso de su escasa habilidad con los tiernas infantes, ordenó que construyeran un muñeco para hacer prácticas, llevándolo entre sus brazos de un lado a otro de la estancia. Consciente de su torpeza y ante el riesgo de un no deseado percance, delegó tan alta función en su hermano, don Juan de Austria. Isabel Clara Eugenia será, sin duda, la niña de los ojos de Felipe, sirviéndole durante su vejez como bastón físico y espiritual, participando con éxito en los asuntos del gobierno. Su padre apostó por ella como reina de Francia pero, tras el fallido propósito, se casó con el archiduque Alberto recibiendo en herencia el gobierno y la propiedad de los Países Bajos.
El 6 de octubre de 1567 nace una nueva niña llamada Catalina Micaela - Catalina en recuerdo de su abuela materna y Micaela por haber venido al mundo en la octava de San Miguel - . Durante 22 meses tuvo la misma ama de cría llamada doña María de Messa, recibiendo en concepto de sus servicios la nada despreciable suma de 100.000 maravedíes al año de por vida. Durante el puerperio la reina sufrió un nuevo acceso febril que los médicos atribuyeron a la subida de la leche, por lo que aplicaron jugo de perejil sobre los pezones de Isabel como ayuda. La infanta Catalina Micaela contraerá matrimonio con el duque de Saboya dando a Felipe los únicos nietos de los que tendrá noticia, ya que nunca tendrá la oportunidad de conocerlos. Por la correspondencia nos demostrará el cariño profesado a esta infanta, sintiendo profundamente su marcha a Italia, víctima como todas las mujeres de la razón de Estado. En la crianza de Isabel y Catalina, Felipe tomó un activo papel, permitiéndoles incluso trabajar en sus asuntos de oficina.
En mayo de 1568 se sospecha que Isabel vuelva a estar embarazada. Su estado de salud es bastante complicado, presentando desvanecimientos, sensación de ahogo, vértigos, fiebre, mal color y entorpecimiento de manos y brazo izquierdo. Para evitar el aborto y conducir adecuadamente el embarazo se le dieron toda clase de hierbas y se la rodeó de toda clase de amuletos; sin embargo, su estado de salud se fue agravando y el 3 de octubre la reina expulsó espontáneamente un feto hembra de cinco meses, que vivió lo suficiente para aplicarle el agua de socorro, falleciendo a los pocos minutos. Isabel de Valois perdía la vida poco después, el mismo 3 de octubre de 1568, cuando aun no había cumplido los 23 años de edad. Según los enemigos de Felipe su muerte fue consecuencia de los presuntos amores entre Isabel y el príncipe don Carlos, que había fallecido tres meses antes. Los restos de la joven reina fueron amortajados con hábito franciscano e inhumados en el monasterio de las Descalzas Reales para ser trasladado en 1572 a El Escorial donde hoy yacen, concretamente en el Panteón de Infantes.
De nuevo tenemos a Felipe viudo, sin contar con descendencia masculina y con dos niñas pequeñas por lo que se plantea un nuevo matrimonio. Pronto aparecen dos candidatas: la princesa Margarita de Valois, la famosa reina Margot, y la archiduquesa Anna de Austria. Don Felipe responde a su primo hermano Maximiliano que "si se atuviera a su satisfacción personal seguiría como estaba; pero teniendo tan poco herederos y ningún varón se alegraba por el bien de su reino del ofrecimiento que se le hacía - el matrimonio con Anna -, y vería el modo de arreglarlo con Francia - el rechazar a Margot ". En efecto, Anna fue la elegida debido a cuestiones de índole político ya que una alianza matrimonial con el Emperador es una garantía de paz para Flandes y las posesiones italianas, sin menospreciar que la madre de la elegida había tenido catorce hijos lo que vendría a asegurar la descendencia.
Anna de Austria había nacido en el pueblo vallisoletano de Cigales el día 1 de noviembre de 1549 ya que su madre era la infanta María, hermana menor de Felipe, mujer muy vinculada con España; su padre era el Emperador Maximiliano II, primo hermano de su mujer y del rey español. De esta manera los lazos de consanguinidad se estrechan en la familia Habsburgo, lo que en la época era motivo de orgullo y creencia de obtener una raza más fuerte. No en balde el papa Pío V fue un poco reacio a otorgar la dispensa pontificia necesaria para este matrimonio, aduciendo problemas de conciencia que serían más bien de carácter político. Una vez obtenida, se firmaron las capitulaciones en Madrid el 24 de enero de 1570. El novio tenía 42 años y la futura esposa 21.
La boda se realizó por poderes en el castillo de Praga, ciudad donde residían los emperadores, el 4 de mayo de 1570. La entrega de la novia se realizará en tierras flamencas al ser el viaje menos costoso para las arcas alemanas. El duque de Alba recibió a la comitiva en Nimega, llegando a las costas cántabras el 3 de octubre de 1570. La reina venía acompañada de sus hermanos los archiduques Wenceslao y Alberto, quienes venían a Castilla a formarse como habían hecho sus hermanos mayores. La misa de velaciones se celebró en la capilla del Alcázar de Segovia el 14 de noviembre, transcurriendo la luna de miel en el palacio de Valsaín. El cronista cuenta que "a la mañana siguiente el Rey y la Reina fueron vistos alegres y contentos y salieron a oír misa en la iglesia pública". Doce días después Anna hace su entrada pública en Madrid, dirigiéndose al Alcázar para conocer a las hijas de su esposo. Las damas de la corte habían dicho a las pequeñas que su madre regresaba del cielo; cuando la infanta Isabel contempló a la nueva reina se echó a llorar diciendo: "Esta no es mi madre, que tiene el pelo rubio". La niña, de cuatro años de edad, recordaba los cabellos oscuros de su madre por lo que no se creyó la comedia inventada por las damas. Doña Anna contó a las infantas que no era su madre, pero que las iba a querer como si lo fuera, como en efecto ocurrió.
Desconocemos si Anna se enamoró profundamente de su marido; precisamente los historiadores que afirman una aventura de Felipe con la Princesa de Éboli la sitúan en estas fechas. Si esta infidelidad fue cierta la reina no manifestó públicamente sus celos, quizá por ser una mujer de callada naturaleza. El embajador veneciano nos cuenta que el rey visitaba tres veces al día a su esposa: por la mañana, antes de oír misa, más tarde para tomar juntos un refrigerio - el rey comía solo y a la vista de la corte como indicaba la etiqueta - y por la noche. Este mismo embajador nos describe la alcoba regia: "dos camas bajas, separadas dos palmos una de otra y cubiertas por una cortina, de tal manera que parecían una sola". La austeridad y la sencillez se adueñó de la corte de Madrid hasta el punto de que el embajador francés llegó a quejarse porque la corte "parece un convento de monjas".
Si uno de los factores que determinaron la elección de doña Anna fue la elevada natalidad de su familia, ella no se quedará a la zaga. Pronto se quedó embarazada y el 4 de diciembre de 1571 nació el primer varón, bautizado con el nombre de Fernando en honor de Fernando el Católico. Se cuenta que el niño estaba dormido durante el bautizo, lo que fue interpretado como señal de mal agüero. En efecto, el príncipe Fernando falleció el 18 de octubre de 1578, a los siete años de edad.
En un viaje a El Escorial la reina sintió profundos dolores de parto para dar a luz en Galapagar de forma repentina; nacerá un niño llamado Carlos Lorenzo quien fallecerá el 9 de julio de 1575. Tres días después de la muerte del infante nace en Madrid el tercer hijo de la pareja llamado Diego Félix quien falleció a causa de viruelas el 21 de noviembre de 1582, también con siete años.
El 13 de abril de 1578 nace en el Alcázar madrileño un nuevo varón bautizado con el nombre de Felipe; será el heredero de la corona, aunque en el momento de su nacimiento había dos hermanos por delante en la línea de sucesión. El quinto y último parto de Anna de Austria tendrá lugar el 14 de febrero de 1580 viniendo al mundo una niña llamada María, quien fallecerá el 4 de agosto de 1583 con tres añitos. Tras este quinto parto, la reina sufrirá una grave anorexia que la puso a las puertas de la muerte. Fue necesaria la intervención del padre fray Alonso de Orozco, que dio a Anna una perdiz y una loncha de tocino asados mientras recitaba versos del Magnificat del que era muy devoto. La reina comió parte de las viandas que le fueron ofrecidas y se levantó con salud. Sin embargo Anna fallecería víctima de una gripe epidémica que previamente había padecido Felipe quien, posiblemente, contagió a su esposa. Anna fallecía en Badajoz el 26 de octubre de 1580. Un cronista nos cuenta que de esta epidemia "falescio mucha gente, despoblándose casas, y en este monasterio de San Lorenzo no quedó fraile que no cayese en cama". Tras practicarse la autopsia al cadáver de la reina se halló un feto muerto en su seno. Anna fue enterrada en el Panteón de los Reyes de El Escorial por haber sido madre de rey.
La personalidad de Felipe Il es difícil de evaluar ya que se presenta muy compleja, mostrándose dos periodos totalmente diferentes en su vida marcados por el año 1568, "anno horribilis" de la monarquía hispánica al iniciarse la Guerra en Flandes y fallecer el príncipe Carlos y la reina Isabel de Valois. El retrato que nos presentan en 1577 lo describe como "de estatura mediocre, pero muy bien proporcionado; sus rubios cabellos empiezan a blanquear; su rostro es bello y agradable; su humor es melancólico (...) Se ocupa de los asuntos sin descanso y en ello se toma un trabajo extremado porque quiere saberlo todo y verlo todo. Se levanta muy temprano y trabaja o escribe hasta el mediodía. Come entonces, siempre a la misma hora y casi siempre de la misma calidad y la misma cantidad de platos. Bebe en un vaso de cristal de tamaño mediocre y lo vacía dos veces y media. (...) Sufre algunas veces de debilidad de estómago, pero poco o nada de la gota. Una media hora después de la comida despacha todos los documentos en los que debe poner su firma. Hecho esto, tres o cuatro veces por semana va en carroza al campo para cazar con ballesta el ciervo o el conejo".
Una de las facetas más destacadas de esa compleja personalidad será la de mecenas. Durante el largo viaje que realizó en su juventud a los Países Bajos, Alemania e Italia pudo comprobar personalmente la implicación de las cortes de aquellos países con la cultura, contactando con los principales talentos humanistas y artistas de la época. Desde ese momento iniciará un programa cultural al que aportará importantes sumas de dinero, considerando que la monarquía debía tomar el papel de promotora de la ciencia y el conocimiento. Bien es cierto que fue un proyecto en el que apenas pudo involucrar a la élite española ya que adolecía de refinamiento cultural. No en balde, cuando Felipe regresó a Castilla en 1559, buena parte de los aristócratas y sus esposas que habían tenido la oportunidad de contemplar y vivir el refinamiento cultural de los Países Bajos sintieron una profunda desilusión como escribe un noble: "Echamos harto de menos a Flandes, y, aunque Su Magestad lo disimula, deve pasar por él lo que por todos". Esta política de impulso cultural convertirá a Felipe en el principal mecenas de Europa. A lo largo de sus viajes modelará sus aficiones estéticas aunque será la pintura una de sus actividades favoritas, intentando pintar durante algún tiempo. Su pintor favorito sería Tiziano, al que encargó numerosas pinturas tanto de carácter mitológico - las famosas Poesías cuya Danae guarda el Museo del Prado - o religioso, apreciándose un cambio de tendencias a partir de 1560 cuando la mayoría de los lienzos de temática sacra serán exhibidos públicamente. El retratista Antonis Mor, los escultores italianos Pompeio y Leone Leoni o los manieristas italianos Cambiaso, Zuccaro o Tibaldi trabajarán intensamente en los proyectos artísticos de Felipe. Otro de sus favoritos será el curioso pintor flamenco Jeronimus Bosch, más conocido como El Bosco cuya importante colección se puede apreciar en el Prado. Aunque tuvo preferencia por el arte flamenco e italiano no despreció a los artistas peninsulares apoyando a los retratistas Alonso Sánchez Coello y Juan Pantoja de la Cruz, sin olvidar el importante papel de Juan Fernández de Navarrete, El Mudo, en la actividad decorativa de El Escorial. En el momento del fallecimiento de Felipe había unas 1150 pinturas importantes en El Escorial y unas 300 en el Alcázar de Madrid. Pero el ejemplo más ilustrativo de la relación entre mecenas y artista lo encontramos en la estrecha colaboración entre Felipe y Juan de Herrera, el arquitecto que ocupó el principal papel en el programa de construcción diseñado por el monarca. El matrimonio con Isabel de Valois también contribuyó a favorecer la vida cultural en la corte gracias a su afición por la música, las escenificaciones y el arte, extendiendo su patrocinio personal sobre Sánchez Coello y la italiana Sofonisba Angusciola. El papel de las hermanas de Felipe en esta política de mecenazgo tampoco es despreciable, siendo la infanta Juana la promotora de la construcción del convento de las Descalzas Reales de Madrid donde se desarrollará una corte cultural paralela.
Siguiendo la rigurosa etiqueta borgoñona impuesta en la Corte por Carlos I, Felipe comía siempre solo, compartiendo en escasas ocasiones la mesa con sus hijos o la reina. Cada cierto tiempo la comida era pública, pudiendo contemplar los súbditos la alimentación de su monarca. El rey hacía dos comidas al día: almuerzo y cena pero su dieta era casi igual en ambas: pollo frito, perdiz o paloma, pollo asado, tajada de venado, ... Apenas consumía pescado, excepto el Viernes Santo, ya que tenía bula del papa que le permitía incluso comer carne los viernes, aunque de una sola clase. Eso sí, cuando comía lo que para lo demás estaba prohibido lo hacía en un lugar privado, con el fin de no dar mal ejemplo. En general; comía frugalmente. Debido a la dieta abundante en carne y escasa en frutas y verduras - aunque estaban presentes - no nos sorprende que sufriera de estreñimiento, teniendo que administrarle frecuentemente importantes dosis de vomitivos y enemas. La mayor parte de su vida manifestó un aspecto enfermizo, resaltado por su cutis pálido y el pelo rubio que le daban un aspecto casi albino. Junto a las hemorroides y dolores de estómago, sufrió de asma, artritis, gota, cálculos biliares y malaria, sin olvidar que padecía de sífilis congénita que provocaba continuos dolores de cabeza. La gota, cuyo primer ataque sufrió a los 36 años, hizo que los últimos 20 años de su vida apenas se pudiera mover, construyéndose a tal efecto una silla especial. El delicado estado de salud del rey le hacía depender mucho de los médicos aunque no confiaba en ninguno de ellos; tampoco recurría a remedios de curanderos. El recurso para estar saludable era simple: "buen recogimiento y tener un poco de cuenta la salud". Su idea de ejercicio era caminar y respirar mucho aire fresco por lo que no andaba muy desencaminado con las tendencias actuales.
Sus grandes pasiones serán la caza, los libros, las colecciones y las mujeres. A cazar dedicó largas horas desde su juventud, especialmente en los alrededores de Madrid: la Casa de Campo y El Pardo. Respecto a los libros consiguió reunir una gran biblioteca en la que se encuentran desde libros de teología hasta tratados científicos. La joya de El Escorial sería la. biblioteca, formada por un núcleo original de 4.000 volúmenes regalados por Felipe en 1575, convenciendo a prelados y nobles para que siguieran su ejemplo, a la vez que envió a un buen número de agentes por Europa a la búsqueda de ediciones raras. La biblioteca no estaba considerada como un mero depósito de libros sino que debía tener lectores, por lo que se hizo pública. La manía coleccionista de Felipe no tenía límites; poseía más de 5.000 monedas y medallas, joyas y obras de arte en plata y oro, 137 astrolabios y relojes, instrumentos musicales, piedras preciosas y 113 estatuas de personajes célebres en bronce y mármol. Era propietario de una gran colección de armas y armaduras que depositó en la Armería de Palacio, donde hoy se pueden contemplar en buen número. Las colecciones privadas de Felipe fueron valoradas a su muerte en 1598 en bastante más de 7 millones de ducados, cuando la joya arquitectónica que promovió, El Escorial, había costado cinco millones y medio. Las reliquias serán otra de sus pasiones, incluyendo al final de su vida en su colección más de 7.000, entre las que destacan diez cuerpos enteros, 144 cabezas, 306 brazos y piernas, miles de huesos de diversas partes de santos cuerpos, así como cabellos de Cristo y la Virgen, fragmentos de la auténtica cruz y de la corona de espinas, traídos en su mayoría de Alemania. Cada una de estas piezas iba dentro de un costoso relicario de plata por lo que el aspecto no era tan macabro como se supone. Tampoco es despreciable su enorme colección de cuernos de animales que puede haber estado vinculada a su supuesto valor medicinal. Y es que Felipe deseaba saber, de ahí su interés por todos los aspectos del arte, la ciencia y la cultura, fascinándole la alquimia y la magia, recurriendo en algunos momentos a consejeros de astrología, inquietándole conocer el significado de los cometas, eclipses y otros fenómenos raros, a la vez que consultaba los horóscopos.
Dentro de su gran afición por el entretenimiento, la música y el baile cuentan también entre sus aficiones favoritas, sin olvidar la pasión por los ritos de caballería, justas y torneos en los que participó activamente. Durante su adolescencia contó con un preceptor musical, aprendiendo a tocar algún instrumento, a la vez que participaba en todos los bailes que se celebraban en la Corte, siendo un gran amante de la juerga nocturna y la diversión. No había fiesta que se preciara que no contara con su presencia, participando en numerosos actos como los carnavales o las romerías populares. Sin embargo, no era muy aficionado al teatro, aunque en 1587 se autorizara a las mujeres actuar en los escenarios madrileños gracias a una iniciativa suya. De esto debemos deducir que la corte de Madrid no era lo lúgubre como la pintan algunos especialistas. Sin embargo, le gustaba más prestar la atención que el dinero; dicen que su sentido económico rayaba en la tacañería y dejaba de cubrir puestos de relevancia en la corte solo para ahorrarse los sueldos.
Los viajes serán frecuentes a lo largo de su reinado, aunque no tendrá el mismo espíritu aventurero que su padre. En su juventud realizó varios viajes a Italia, Flandes, Inglaterra y Alemania, empapándose del espíritu europeista que caracteriza a Carlos. Sin embargo, tras instalarse en la Península Ibérica en 1559 nunca volverá a salir de ella, viviendo durante una larga temporada en Portugal - dos años y cuatro meses - tras tomar posesión del trono del país vecino en 1580, sin olvidar los casi continuos y obligados viajes al reino de Aragón para participar en las reuniones de Cortes - tres años en total -, sintiendo una admiración especial hacia los habitantes de estos reinos. La imagen de un rey enclaustrado pertenece a la leyenda. Pero sus viajes más frecuentes eran en los alrededores de Madrid: El Pardo, Rivasvaciamadrid, El Escorial, Torrelodones, La Fuenfría, Aranjuez, ..., embarcándose en un amplio programa de construcción de residencias reales en los alrededores de la capital que dieron trabajo durante décadas a miles de operarios, siendo su mayor empresa cultural la construcción del monasterio de San Lorenzo de El Escorial, participando en la elaboración de los planos junto a Juan Bautista de Toledo y Juan de Herrera, acercándose continuamente a inspeccionar los trabajos. La construcción de esta maravilla artística se prolongó entre 1562 y 1595, momento en el que se consagró la basílica. Cuatro nobles japoneses que llegaron a España en 1584 expresaron su admiración ante "una cosa tan magnífica cual hasta agora no hemos visto ni pensamos ver".
Otra de sus más grandes aficiones serán los jardines, hasta el punto de considerar a Felipe como el primer rey ecologista. Durante su viaje a Flandes admiró las estructuras de los amplios jardines a la francesa, trayendo la idea a la península; incluso mandó llamar a jardineros flamencos e italianos para que diseñaran los jardines palaciegos, ya que los jardineros españoles eran más aficionados al árbol frutal que al decorativo. Como bien dice Henry Kamen "fácilmente accesibles desde la capital, ofrecían un remanso de paz en el que podía refugiarse de las obligaciones administrativas". El estado de los bosques también fue su preocupación, interesándose por la conservación de los montes y manifestando en 1582: "temo que los que viniesen después de nosotros han de tener mucha queja de que se los dejemos consumidos y plegue a Dios que no lo veamos en nuestros días". Su amor por la naturaleza le llevó a insistir regularmente, tanto a sus hijos como a sus ministros, que debían tomar más aire fresco a menudo. También debemos considerar el interés del rey por la medicina y las plantas medicinales, estableciéndose farmacias reales en Madrid y en San Lorenzo.
Poseía Felipe un buen juicio y una memoria afortunada, pero tenía un grave defecto que anulaba dichas cualidades: no era capaz de tomar soluciones rápidas. Todas las decisiones fueron consultadas a sus asesores, por insignificantes que fueran, sintiéndose siempre agobiado de trabajo. Felipe hubiera sido el hombre más feliz del mundo con un ordenador personal en el que hubiera archivado todos los papeles, informes y documentos que se acumulaban sobre su mesa, informes que eran leídos, cuando él no podía por motivos de salud, por su hija Isabel Clara Eugenia, y contestados, con notas marginales de su puño y letra. De ahí la imagen de Felipe II como un rey papeleta, gobernando sus territorios como una araña que dirige su tela desde el centro. Como tenía que meditar tanto, las resoluciones se dilataban hasta el punto de llegar demasiado tarde en ocasiones lo que no debemos culpar en su totalidad al rey ya que las comunicaciones no eran tan rápidas como en la actualidad. Cuando recibía malas noticias se ponía enfermo y sufría de diarreas, por lo que retrasaba las decisiones alegando dolores de cabeza y malestar.
El fanatismo religioso de Felipe será uno de sus aspectos más aireados. " Se sabe que gastaba entre días y noches (...) casi cinco horas de - oración - mental y vocal con el tiempo que oía misa y los oficios divinos. (...) Se entraba después de cenar y después de comer en el oratorio (...) y, con estar cerrada la puerta, oían algunas veces los golpes que se daba en los pechos". Asistía a misa diariamente, comulgando varias veces al año, mostrando siempre públicamente su respeto por la Iglesia. Su mayor preocupación será el mantenimiento de la pureza de la Religión Católica, convirtiéndose en el paladín de la Cristiandad, aunque debemos advertir una buena dosis de razón política en esta faceta, ya que a través del catolicismo mantuvo siempre unidos sus estados a excepción de los Países Bajos. Sin embargo, la intransigencia de su fe, le llevaron en ocasiones al fanatismo y la intolerancia, como cualquier monarca del siglo XVI, apoyando en todo momento la labor de Inquisición y asistiendo a los autos de fe. Conocedor de la división política que había supuesto el protestantismo en el Imperio Alemán, Felipe se manifestó intransigente en el aspecto religioso con el fin de no perder sus posesiones territoriales y no repetir el fracaso vivido por su padre.
La intransigencia que manifestó el rey en algunos aspectos de su vida choca con la ternura, el cariño y el amor con el que trató a sus hijos, especialmente a Catalina y a Isabel, como ponen de manifiesto las numerosas cartas que les escribió donde se nos muestra a un hombre entrañable y preocupado por el futuro de sus hijas y nietos. El recto equilibrio entre trabajo y familia fue algo que Felipe observó escrupulosamente, sin descuidar en ningún momento una cosa por la otra. Después de horas y días de papeleos, anhelaba salir para relajarse con su familia, aunque sólo fuera un rato. Hacia su pueblo, Felipe sintió un profundo interés aunque tenía escaso contacto con él, ya que odiaba las multitudes; consideraba adecuado mostrarse accesible los días festivos, comiendo "en público" cuando le era posible e imponiendo la regla de ser accesible a las peticiones particulares en el camino de ida y vuelta a misa dominical. Pero este contacto con el pueblo debía ir parejo a la garantía de su seguridad personal, ya que en Lisboa, en 1581, se produjo un atentado fallido contra la vida del rey, tomándose a partir de esa fecha mayores precauciones.
A medida que iba avanzando en edad, la salud de Felipe se fue deteriorando. Los ataques de gota se repetían con mayor frecuencia y llegó un momento en el que no podía ni firmar debido a su artrosis en la mano derecha. Antes de cumplir los 70 años no podía mantenerse ni de pie ni sentado y viajar le resultaba tremendamente doloroso. A finales del mes de julio de 1598 Felipe sufrió unas fiebres tercianas de las que mejoró un poco a los 7 días, después aparecieron unos accesos en la rodilla y en el muslo derecho, practicándose la apertura de los tumores para extraer el humor que contenían, una vez "estaban maduros". Cuatro accesos más aparecieron en el pecho, corriendo la misma suerte que los anteriores. Pronto se le declaró una hidropesía que le produjo inflamación en las piernas, los muslos y el vientre. El resto del cuerpo sólo era pellejo y huesos. Durante toda la enfermedad el rey tuvo que estar postrado en la cama, sufriendo dolores tan intensos que no se le podía mover, tocar, lavar o cambiar de ropa, de tal forma que evacuaba en el lecho y su cuerpo estaba lleno de deyecciones, pus y parásitos, lo que hacía sufrir más al pobre enfermo que siempre había sido muy meticuloso con la limpieza. La fiebre no le abandonó y padeció durante la larga enfermedad de una insaciable sed.
Su fortaleza era increíble, utilizando su fe para sacar fuerzas de flaqueza. Su habitación estaba llena de pared a pared de imágenes religiosas y crucifijos. Regularmente rociaba agua bendita sobre su cuerpo. Comulgó por última vez el 8 de septiembre, ya que los médicos se lo prohibieron a partir de ese momento por miedo a ahogarse al tragar la hostia. Al no poder sostener un libro contaba con lectores que le hacían sus últimos días más agradables. Diez días antes de morir entró en una crisis que le duró cinco días. Cuando volvió en sí, hizo entrar en su cámara a la infanta Isabel, a quien dio el anillo de su madre recomendándole que nunca se separara de él, y a Felipe, el heredero de la Corona, haciéndole entrega de un legajo con las instrucciones sobre los asuntos de gobierno. A las cinco de la madrugada del domingo 13 de septiembre de 1598 fallecía en El Escorial el monarca más poderoso de la tierra, aquel en el que sus dominios nunca se pone el sol. Tenía 71 años y su agonía duró 53 días.
Como bien dice Fernando Checa: "Felipe II no era ni puritano ni abominable (...) Lo que pretendió fue, a través de su mecenazgo, cristianizar la antigüedad clásica, tomar su legado profano y, sin despreciarlo, amoldarlo a los nuevos tiempos".
(C) 2002 Juan Carlos Cobo Cueva
El 10 de mayo de 1529 el pequeño Felipe será jurado como heredero de la corona de Castilla por los procuradores a Cortes reunidos en el madrileño convento de San Jerónimo,a la vez que se reconocía a la emperatriz Isabel como regente durante la ausencia de Carlos. Los continuos viajes del emperador no le permitirán atender los aspectos educativos del príncipe, dedicándose a ello su madre por lo que Felipe manifestará a lo largo de toda su vida una cierta inclinación hacia lo lusitano. La portuguesa Leonor Mascarenhas fue nombrada su aya, sintiendo por ella gran afecto y confianza. El pequeño príncipe crecía junto a su hermana María - nacida el 21 de junio de 1528 apareciendo en algunas cartas muestras de su carácter:` "es tan travieso que algunas veces S. M. se enoja de veras; y ha habido azotes de su mano, y no faltan mujeres que lloran de ver tanta crueldad". A pesar de la "crueldad" la relación entre madre e hijo seria muy estrecha aunque la temprana muerte de doña Isabel en 1539 romperá ese lazo y provocará una repentina madurez en el príncipe.
La educación recibida por don Felipe fue amplia y variada, teniendo como objetivo el gobierno del Estado. Don Juan Martínez Siliceo fue nombrado tutor en 1534 "para que "le enseñase a leer y escribir"; un año después Juan de Zúñiga era nombrado su ayo y en 1535 se creaba la casa del Príncipe lo que supondría que tendría alojamiento, asistentes y capilla independientes. Siliceo y Zúñiga serian los encargados de su educación. El humanista Cristóbal Calvet de Estrella se encargaría de la instrucción del latín y el griego; Honorato Juan le enseñaría matemáticas y arquitectura mientras que Juan de Ginés Sepúlveda impartiría geografía e historia. Un humanista de la casa real escribió para la educación del príncipe manuales sobre lectura y gramática. La música ocuparía un importante lugar en la formación siendo su maestro el compositor granadino Luis Narváez, enseñándole a tocar la vihuela. Felipe progresaba en su educación aunque algo despacio, interesándose más por la caza que por el estudio, completando con ambas actividades su tiempo lo que tranquiliza a Siliceo ya que "con esta hedad de catorze años en la qual la naturaleza comiença a sentir flaquezas, aya Dyos dado al príncipe tanta voluntad a la cara que en ella y en su estudyo la mayor parte del tyempo ocupe". A pesar de haberse elegido los 'mejores docentes, el alumno no progresaba en los niveles deseados por el padre ya que a Felipe no le gustaba la escuela. Como bien dice Henry Kamen: "Como alumno, el Príncipe no era un modelo ni, mucho menos, sobresaliente. Su manejo del latín siempre fue regular, su estilo literario, en el mejor de los casos, mediocre, y su caligrafía generalmente deficiente. Educado como humanista, nunca llegó a serlo". Sin embargo, este contacto con los eruditos le proporcionará una gran pasión por los libros, pasión que se prolongará durante toda su vida como se aprecia en la biblioteca de El Escorial donde reunirá la mejor colección bibliográfica de su tiempo, contando con los más variados temas, desde arquitectura a teología pasando por tratados militares, música o magia. La formación de Felipe no se hizo en solitario sino que al príncipe le acompañaban seis pajes nobles, entre los que destaca Luis de Requesens, objeto de las burlas de sus compañeros por su fuerte acento catalán. En esta pequeña corte, Felipe organizaba torneos y bailes, manifestando ya en la adolescencia la ación al baile, a las fiestas cortesanas y a los ejercicios de caballería que encontramos a lo largo de su vida.
Los continuos viajes del emperador obligaron a Felipe a hacerse cargo de la Regencia de España en 1543, auxiliado por una junta de consejeros integrada por Juan Pardo de Tavera, arzobispo de Toledo; Francisco de los Cobos, secretario de Carlos; y Fernando Alvarez de Toledo, duque de Alba. Serán famosas las cartas e instrucciones en las que el emperador, al tiempo que proporcionaba a su hijo normas de gobierno y consejos sobre asuntos de estado, le avisaba del carácter y los defectos de cada uno de sus asesores. "Es mejor discutir los asuntos con varios consejeros y no atarse a ninguno", decía el experimentado Carlos, recomendación que Felipe seguirá durante toda su vida, ya que siempre tendrá en cuenta las opiniones de sus colaboradores, tomando la decisión final él mismo. Con el paso de los meses el joven príncipe adquiere mayor experiencia en los asuntos de gobierno, compaginando el estudio con el gobierno de la nación. Durante el tiempo que ocupó la Regencia, Felipe se muestra en bastantes ocasiones contrario a las decisiones de su padre, especialmente en asuntos fiscales cuyo objetivo era financiar las guerras del norte.
A lo largo de su vida Felipe se casará en cuatro ocasiones, evidentemente en todas ellas por cuestiones diplomáticas y de Estado. El amor en estos matrimonios no era el motivo del enlace aunque hay que advertir que con el roce, a veces se alcanzaba. Una portuguesa, una inglesa, una francesa y una austriaca serán sus esposas, poniéndose de manifiesto el interés del monarca por estrechar lazos con los diferentes estados europeos.
La primera esposa será María Manuela de Portugal, nacida en Coimbra el 15 de octubre de 1527 por lo que era algunos meses más joven que su esposo. Hija de Juan III de Portugal y de Catalina de Austria, era prima hermana de Felipe por partida doble ya que su padre era hermano de la emperatriz Isabel y su madre, hermana del emperador Carlos. Como es lógico, este enlace formaba parte de la larga cadena de matrimonios entre miembros de las casas reales de ambos países. La boda se celebró cuando ambos cónyuges tenían 16 años, primero por poderes en Almeirim el 12 de mayo de 1543, tras la correspondiente dispensa papal por parentesco, trasladándose la princesa a Salamanca donde se realizó la misa de esponsales el 15 de noviembre del mismo año. Se cuenta que el impaciente novio presenció la entrada de la princesa disfrazado y de incógnito. Una de las primeras preocupaciones que manifestó Felipe respecto a su esposa será su obesidad aunque también hace alusión a su belleza al comentar que "en palacio, donde hay damas de buenos gestos, ninguna está mejor que ella".
La joven pareja se trasladó a Valladolid donde el príncipe recibió instrucciones de su padre con el fin de evitar excesos en las relaciones sexuales de los fogosos esposos aludiendo a que Felipe es su único hijo y no desea tener más. Estas instrucciones están encaminadas a evitar abusos conyugales que se creían había sido la causa del fallecimiento del príncipe Juan, único hijo varón de los Reyes Católicos. Para evitar problemas de este tipo Carlos alertó al ayo de Felipe, don Juan de Zúñiga, para que "el príncipe hiziesse algunas ausencias de su mugger, y specialmente que no estuviesen juntos entre dia". Incluso indicaba a don Juan que durmiese en la misma habitación que Felipe si fuese necesario. En la noche de bodas los altos dignatarios de la Corte permanecieron en la cámara nupcial durante largo rato hasta que dejaron solos a los esposos; sobre las tres de la madrugada don Juan de Zúñiga entró en la alcoba y separó a los príncipes para que se pasasen a descansar a sus respectivos lechos. Zúñiga teme "el empacho y la poca edad de los príncipes" por lo que aconseja que estén juntos durante el día, rodeados de las cortes de ambos, para que Felipe muestre desasosiego y cada vez que llegue a su mujer lo haga con tanto deseo que será muchas veces novio al año". El problema se resolvió pronto ya que Felipe sufrió un ataque de sarna al poco de la boda, lo que le obligó a dormir separado de María durante un mes. Algunos cortesanos interpretaron que esta erupción cutánea sería provocada por el debilitamiento del príncipe debido a la excesiva actividad sexual. Sin embargo parece que Felipe no estima en demasía a su mujer ya que en enero de 1544 se informa al emperador que "el príncipe va algo retenido con la princesa y desto ay algún sentimiento en Portugal". En otoño Cobos comunica que "los príncipes se tratan muy bien" aunque Felipe no hace demasiadas demandas sexuales a su esposa. Parece que don Felipe era más aficionado a las salidas nocturnas que a encamarse con la legítima esposa. Hay quien afirma que antes de contraer matrimonio el príncipe se había casado en secreto con una bella doncella llamada Isabel de Osorio, hermana del marqués de Astorga; lo de la boda parece poco verosímil pero que hubo relación entre ambos lo atestiguan los hijos nacidos de esa relación llamados Pedro y Bernardino.
Las noticias de las salidas nocturnas de Felipe llegaron a Portugal por lo que doña Catalina, madre de María Manuela, tomó cartas en el asunto, aconsejando a su hija sobre la obesidad que no agradaba al esposo, aludiendo incluso a que sería perjudicial para su descendencia. También pone énfasis en los celos , recordando a su propia madre Juana la Loca. "Pon todos tus sentidos en el propósito de no dar a tu marido una impresión de celos porque ello significaría el final de vuestra paz y contento" aconsejaba la experimentada madre.
Tras un año de matrimonio el deseado sucesor no llegaba por lo que a la joven María se le practicaron frecuentes sangrías en las piernas. A principios de septiembre de 1544 la princesa se quedaba encinta - no por las sangrías, como es lógico pensar -; el parto tuvo lugar el 8 de julio de 1545, a media noche. Nació un varón que recibió el nombre de Carlos, como su abuelo. El alumbramiento fue muy pesado al prolongarse los dolores durante varios días, siendo "laborioso por anormalidad de presentación, con dos comadronas manipulando varias horas". La princesa fallecía a los cuatro días de dar a luz, el 12 de julio de 1545. Las causas que se adujeron para explicar el fallecimiento fueron tremendamente peregrinas ya que se explicó la muerte por haber comido un limón demasiado pronto después del parto; otras fuentes dicen que fue un melón, ingerido por la princesa al aprovechar que sus camareras mayores estaban contemplando un auto de fe. La explicación más plausible sería una infección puerperal debido al laborioso parto y a la manipulación de las comadronas, en una época donde la falta de higiene podía llevar a estos trances. Apenas había cumplido los 17 años. Cobos informó al emperador que "el príncipe lo sintió por extremo, que mostró bien la amava; aunque por las demostraciones exteriores juzgavan algunos diversamente".
A los 18 años Felipe quedaba viudo y con un hijo; pasarían algunos años hasta que contrajera su segundo matrimonio, también por motivos políticos ya que el emperador deseaba establecer una alianza con Inglaterra con el objetivo de hacer frente al enemigo francés, defender los Países bajos y mantener la religión católica en las Islas Británicas tras el cisma abierto por Enrique VIII. Para llevar a cabo sus planes, Felipe debía casarse con María Tudor, reina de Inglaterra. María había nacido en Greenwich el 18 de febrero de 1515 siendo sus padres el rey Enrique VIII y su primera esposa, Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos por lo que era prima hermana de Carlos. Previamente se había pensado en un enlace matrimonial entre Carlos y María, enlace que fracasó, lo que llevó a María a seguir una vida atormentada y desgraciada. Sin embargo, a los 38 años (1553) sube al trono de Inglaterra con el nombre de María I, convirtiéndose en un buen partido para el heredero de la corona de España. Felipe tenia 26 años - doce menos que su novia y tía segunda - aceptando disciplinadamente la decisión de su padre "ya que soy un hijo obediente y no tengo más deseo que el suyo, especialmente en asuntos tan importantes". Doña María, que tenía en su poder el retrato de su prometido pintado por Tiziano, experimentó un súbito enamoramiento propiciado por su edad madura y el desamparo afectivo que había manifestado en el pasado.
La boda se celebró por poderes en Londres el 6 de enero de 1554 representando al rey de España el conde de Egmont, destacado aristócrata flamenco. Al llegar la noche de bodas el noble se acostó en el lecho de la reina para públicamente cumplir con la tradicional costumbre pero debemos advertir que estaba cubierto de la cabeza a los pies con su armadura ya que no tenía poderes para mayores intimidades, como es natural. El príncipe Felipe viajó a la tierra de su esposa en mayo de 1554, desembarcando en la costa inglesa el 19 de julio. Nada más llegar recibió la máxima condecoración inglesa, la Orden de la Jarretera, " que se lleva en la pierna derecha a manera de atapierna hecha una lazada hacia fuera" ya que su fundador Enrique VI recogió la liga de una dama caída durante un baile; al devolverla a su propietaria los cortesanos sonrieron maliciosamente, por lo que el monarca dijo en voz alta: "Que se avergüencen los que piensen mal", pasando a ser esta fase su divisa.
Los esposos pudieron verse por primera vez el 25 de julio, día en el que se celebró la ratificación nupcial y la misa de velaciones, pasando la luna de miel en el castillo de Windsor. El tálamo nupcial fue bendecido por el obispo de Winchester, retirándose los recién casados a sus aposentos tras bailar una alemana, baile neutral ya que ni Felipe sabía bailar a la inglesa ni María a la española. "Lo demás de esta noche júzguenlo los que han pasado por ello" nos narra el picarón cronista. Suponemos que el príncipe cumplió su cometido ya que a los tres meses la reina empezó a sospechar que estaba embarazada. La misión que había llevado a Felipe a tierras inglesas se estaba cumpliendo a la perfección ya que un heredero sería la máxima expresión del enlace entre España e Inglaterra, aunque se cuenta que el príncipe antes de partir dijo- "Yo no parto para una fiesta nupcial, parto para una cruzada".
En los últimos meses el vientre de María Tudor aumentaba de volumen, lenta pero progresivamente. El deseado embarazo lleva buen camino y los trajes de la reina se quedan cada vez más estrechos. El parto se espera para el mes de abril de 1555 y los preparativos se ultiman, repartiéndose incluso las invitaciones para el bautizo. Pero el deseado parto no llegaba y el tiempo del embarazo fue sobrepasado. Los médicos se rindieron ante la evidencia para atribuir el abultamiento del vientre real a una hidropesía, vulgar retención de líquidos. Bonner, el obispo de Londres, hizo ver a su Majestad que lo que había ocurrido no era más que un castigo divino por no continuar la persecución de herejes; convencido de ello, María ordenó quemar vivas en los tres meses siguientes a más de 50 personas, recibiendo en consecuencia el nombre de Bloody Mary.
Felipe y sus nobles acompañantes deseaban abandonar Inglaterra ya que no les gustaba ni el clima, ni la cerveza, ni la tendencia protestante de algunos individuos, ni siquiera se sentían atraídos por las mujeres de la tierra tal como dice una anónima copla:
"Que yo no quiero amores en Inglaterra pues otros mejores tengo en mí tierra ¡Ay, Dios de mi tierra, saqueisme de aquí! ¡Ay, que Inglaterra ya no es para mí!"
La excepción a esta copla parece ser el propio Felipe, ya que se cuenta que un día sorprendió a la hermosa vizcondesa de Montague ocupada en su aseo personal, acercándose a ella a través de una ventana abierta. Percatada de la presencia del español, la dama agarró un bastón para propinar un vigoroso golpe a tan atrevido galán. También de esta estancia inglesa se cuentan amores reales con doña Catalina Leney y con Magdalena Dacre, doncella de honor de María Tudor. Se ha llegado a especular sobre una presunta relación amorosa con una panadera, aludiéndose a esto en los siguientes versos:
"La hija del panadero, en su tosco, sayal es mejor que la reina María sin su corona"
Las malas lenguas cuentan que Felipe estaba realmente enamorado de su cuñada Isabel, la hija de Enrique VIII y Ana Bolena que pronto se hará con la corona inglesa. Isabel tenía 21 años, ojos azules y porte altivo enamorando a nuestro príncipe. Dicen que Felipe consideraba todos sus padecimientos castigo de Dios por estar enamorado de Isabel y casado con María. También se cuenta que Isabel conservó durante toda su vida el retrato de su frustrado novio presidiendo su mesa. Felipe tiene fama de mujeriego y amante de los pasteles como recoge el embajador veneciano Badoaro: "Abusa de ciertos manjares y sobre todo de dulces y pastas. Es incontinente con las mujeres".
Asuntos de Estado llevaron a Felipe a partir para Flandes el 29 de agosto de 1555. Carlos había pensado abandonar el gobierno de sus territorios y abdicar en su hijo y su hermano para retirarse a descansar al extremeño Monasterio de Yuste, donde disfrutaría durante dos años de aire puro y buenos alimentos. La marcha del príncipe supuso un duro golpe para la enamorada María, reflejándose su tristeza en una coplilla inglesa:
<
Gentle prince of Spain
come, o'come again ...
Los deseos de María se hicieron realidad y Felipe regresaba a Inglaterra en marzo de 1557, convertido en rey de España y las Indias, de Nápoles y Sicilia, señor de Flandes y duque de Milán. Durante los meses que pasaron juntos María deseaba engendrar ese hijo tan deseado. Felipe vuelve a España en julio de 1557 y María le escribe para comunicarle su nuevo embarazo debido a la progresiva hinchazón de su vientre. El incrédulo rey dará instrucciones al conde de Feria para que averigüe con toda la discreción posible la veracidad de la noticia. El conde contesta a Felipe comunicándole que los síntomas de preñez son tan falsos como la vez anterior.Abandonada por su querido marido, la depresión empezó a afectar a la reina María que contrajo una epidemia de gripe en la primavera de 1558, siendo obligada a guardar cama en el mes de agosto. Su salud fue declinando hasta que falleció sin dejar sucesión en la madrugada del 17 de noviembre de 1558. Felipe quedaba por segunda vez viudo, aprovechando la coyuntura los ingleses para acusar a España de haber recibido grandes sumas de dinero que habían dejado maltrecha la economía inglesa a la vez que acusaban al rey Felipe de haber matado de pena a su reina. Isabel I ocupaba el trono vacante. La diplomacia hispana veía con buenos ojos la repetición de una boda híspanobritánica pero un negativo informe llegó a la corte de Felipe: Isabel "tenia algo que la incapacitaba para el matrimonio"; al parecer sufría una malformación genital con carencia de reglas y aplasia vaginal. Felipe la rechazó y la Reina Virgen se afianzaba en el poder, logrando situar a Inglaterra en una posición internacional de primera magnitud mientras seguía una vida sexual de gran actividad.
Una francesa será la tercera esposa del monarca. Su nombre es Isabel de Valois y el matrimonio es nuevamente fruto de la razón de Estado, consiguiéndose la concordia entre los reinos de España y Francia tras la firma de la paz de Cateau-Cambresis ( 3 de abril de 1559) por lo que la joven reina recibiría el nombre popular de Isabel de la Paz. Isabel había nacido en Fontainebleau el 3 de abril de 1546; era la hija menor del rey Enrique II de Francia y Catalina de Medicis. La joven princesa había estado prometida al primogénito de Felipe, el príncipe don Carlos, pero este proyecto de matrimonio nunca se llevó a cabo ya que cambió de esposo. Los desposorios se celebraron por poderes el 22 de junio de 1559 en la catedral de Notre-Dame de París representando al novio don Fernando Álvarez de Toledo, el todopoderoso duque de Alba. En la corte francesa era costumbre encamar rápidamente a los nuevos esposos, pero al faltar Felipe tuvo que ser el duque quien tomara a la novia, simbólicamente por supuesto; así que en presencia de todos los invitados, hizo una reverencia y tomó simbólica posesión del real tálamo colocando sobre él una pierna y un brazo para luego retirarse.
Don Felipe esperó a la joven esposa - tenía 14 años - en Guadalajara, concretamente en el palacio del Infantado. El rey tenia 33 años y al detenerse la joven Isabel frente a él, éste preguntó a su esposa: ",Qué miráis? ¿Por ventura si tengo canas?". La misa de velaciones se celebró el 2 de febrero de 1560, encerrándose rápidamente los esposos en la cámara nupcial por lo que el obispo de Pamplona tuvo que bendecir el tálamo a través de la puerta, ya que no tuvo el suficiente tiempo. La reina Isabel era todavía una niña que jugaba a las muñecas y a la taba por lo que la consumación del matrimonio se tuvo que posponer un año, en contra de los deseos del rey.
En las cortes europeas era habitual dar publicidad a las primeras reglas de las jóvenes princesas, infantas o reinas, por lo que conocemos exactamente la fecha en la que Isabel cambió su ciclo hormonal: el 11 de agosto de 1561. Durante el último año había crecido bastante, destacando por su estatura y su constitución fuerte y vigorosa. Ahora Felipe puede iniciar sus relaciones con su esposa aunque al principio existen lógicos problemas en la pareja, como sabemos por las cartas que los embajadores franceses escriben a la madre de Isabel: "La constitución del Rey causa grandes dolores a la Reina que necesita mucho valor para evitarlo ...".
Durante la estancia de los reyes en Toledo, Isabel padeció fiebre y erupción, temiéndose que sufriese una eventual viruela. La madre de la joven reina sospechaba que el mal de la niña fuera el mal italiano o gálico, es decir, la temida sífilis, enfermedad que parece ser congénita en Felipe, lo que explicaría los continuos abortos de sus mujeres y las erupciones que solían sufrir, así como los frecuentes dolores de cabeza del monarca, su aspecto envejecido y desdentado, con los labios resquebrajados. Para el dolor de cabeza los médicos le recomendaron que llevase la cabeza rapada, costumbre que se generalizaría entre los cortesanos. La enfermedad de la reina fue confirmada como viruela; para evitar que dejase huellas en el bello rostro de la reina la embadurnaron con clara de huevo y leche de burra, entre otros muchos remedios, mientras los galenos franceses recomendaban sangre de paloma y nata para el cuidado de los ojos.
En 1561 la corte se instala definitivamente en Madrid; los reyes son felices y su vínculo matrimonial sólido a pesar de que duermen y comen separados según indica la rígida etiqueta borgoñona que se sigue en España. Estas costumbres dieron que pensar a los embajadores franceses pero Isabel se considera una de las mujeres más felices del mundo, anunciándose en mayo de 1564 su embarazo, posiblemente gracias a los higiénicos consejos y las recetas caseras para alcanzar el embarazo enviadas por su madre. El delicado estado de salud de Isabel preocupó constantemente a su esposo, evitando los médicos la fiebre con las socorridas sangrías que debilitaban aun más a la desdichada enferma. Un aborto de gemelos fue el fruto de este primer embarazo. Los galenos españoles dieron por perdida a su paciente pero la insistencia de un médico italiano que la purgó consiguió salvar la vida a Isabel. Parece que mientras ocurrían estos desgraciados sucesos, don Felipe continúa con sus escarceos amorosos, en este caso con doña Eufrasia de Guzmán, dama de la princesa Juana y princesa de Ascoli. Isabel tuvo conocimiento de la infidelidad, trayéndole a la memoria el matrimonio de sus padres bajo el influjo de Diana de Poitiers, la amante de Enrique. Sin embargo, Felipe hizo acto de contrición y resolvió mantenerse fiel a su esposa, considerándose que la amó profundamente; a Isabel, por supuesto.
El delicado estado de salud de la reina continúa y los médicos recomiendan baños, pero Isabel se opone debido al gran pudor que manifiesta a que alguien contemplara su desnudez, ni siquiera sus propias ayudantes de cámara.
La ansiada descendencia parece que fue resuelta por ayuda divina al traerse a Madrid los restos incorruptos de San Eugenio, mártir y primer arzobispo de Toledo, desde Saint Denis de París a Madrid. La reina imploró al santo la solución a su infertilidad y a finales de año estaba embarazada. Tan sencillo como eso. Ah, la fecha de este santo es el 18 de noviembre, por si alguien desea implorarlo. El 12 de agosto de 1566 nacía una niña, en el Palacio de Valsaín que recibía los nombres de Isabel Clara Eugenia - Isabel por su madre, Clara por el día que nació, y Eugenia en honor a San Eugenio que tanto había hecho por este alumbramiento -. La madre comentó al dar a luz: "Gracias a Dios e1 parir no es tan trabajoso como yo creía". Doña Catalina de Medicis había enviado a su hija un bebedizo que facilitaba el parto - ¿la epidural de la época?- suministrado a la parturienta por su propio esposo. El embajador francés cuenta que "Felipe se portó muy bien, como el mejor y más cariñoso marido que pudiera desear, puesto que en la noche del parto estuvo cogiéndole todo el tiempo la mano, y dándole valor lo mejor que podía y sabía". El bautizo tendría lugar el 25 de agosto y Felipe pretendía llevar a su hijita a la pila bautismal en sus brazos; temeroso de su escasa habilidad con los tiernas infantes, ordenó que construyeran un muñeco para hacer prácticas, llevándolo entre sus brazos de un lado a otro de la estancia. Consciente de su torpeza y ante el riesgo de un no deseado percance, delegó tan alta función en su hermano, don Juan de Austria. Isabel Clara Eugenia será, sin duda, la niña de los ojos de Felipe, sirviéndole durante su vejez como bastón físico y espiritual, participando con éxito en los asuntos del gobierno. Su padre apostó por ella como reina de Francia pero, tras el fallido propósito, se casó con el archiduque Alberto recibiendo en herencia el gobierno y la propiedad de los Países Bajos.
El 6 de octubre de 1567 nace una nueva niña llamada Catalina Micaela - Catalina en recuerdo de su abuela materna y Micaela por haber venido al mundo en la octava de San Miguel - . Durante 22 meses tuvo la misma ama de cría llamada doña María de Messa, recibiendo en concepto de sus servicios la nada despreciable suma de 100.000 maravedíes al año de por vida. Durante el puerperio la reina sufrió un nuevo acceso febril que los médicos atribuyeron a la subida de la leche, por lo que aplicaron jugo de perejil sobre los pezones de Isabel como ayuda. La infanta Catalina Micaela contraerá matrimonio con el duque de Saboya dando a Felipe los únicos nietos de los que tendrá noticia, ya que nunca tendrá la oportunidad de conocerlos. Por la correspondencia nos demostrará el cariño profesado a esta infanta, sintiendo profundamente su marcha a Italia, víctima como todas las mujeres de la razón de Estado. En la crianza de Isabel y Catalina, Felipe tomó un activo papel, permitiéndoles incluso trabajar en sus asuntos de oficina.
En mayo de 1568 se sospecha que Isabel vuelva a estar embarazada. Su estado de salud es bastante complicado, presentando desvanecimientos, sensación de ahogo, vértigos, fiebre, mal color y entorpecimiento de manos y brazo izquierdo. Para evitar el aborto y conducir adecuadamente el embarazo se le dieron toda clase de hierbas y se la rodeó de toda clase de amuletos; sin embargo, su estado de salud se fue agravando y el 3 de octubre la reina expulsó espontáneamente un feto hembra de cinco meses, que vivió lo suficiente para aplicarle el agua de socorro, falleciendo a los pocos minutos. Isabel de Valois perdía la vida poco después, el mismo 3 de octubre de 1568, cuando aun no había cumplido los 23 años de edad. Según los enemigos de Felipe su muerte fue consecuencia de los presuntos amores entre Isabel y el príncipe don Carlos, que había fallecido tres meses antes. Los restos de la joven reina fueron amortajados con hábito franciscano e inhumados en el monasterio de las Descalzas Reales para ser trasladado en 1572 a El Escorial donde hoy yacen, concretamente en el Panteón de Infantes.
De nuevo tenemos a Felipe viudo, sin contar con descendencia masculina y con dos niñas pequeñas por lo que se plantea un nuevo matrimonio. Pronto aparecen dos candidatas: la princesa Margarita de Valois, la famosa reina Margot, y la archiduquesa Anna de Austria. Don Felipe responde a su primo hermano Maximiliano que "si se atuviera a su satisfacción personal seguiría como estaba; pero teniendo tan poco herederos y ningún varón se alegraba por el bien de su reino del ofrecimiento que se le hacía - el matrimonio con Anna -, y vería el modo de arreglarlo con Francia - el rechazar a Margot ". En efecto, Anna fue la elegida debido a cuestiones de índole político ya que una alianza matrimonial con el Emperador es una garantía de paz para Flandes y las posesiones italianas, sin menospreciar que la madre de la elegida había tenido catorce hijos lo que vendría a asegurar la descendencia.
Anna de Austria había nacido en el pueblo vallisoletano de Cigales el día 1 de noviembre de 1549 ya que su madre era la infanta María, hermana menor de Felipe, mujer muy vinculada con España; su padre era el Emperador Maximiliano II, primo hermano de su mujer y del rey español. De esta manera los lazos de consanguinidad se estrechan en la familia Habsburgo, lo que en la época era motivo de orgullo y creencia de obtener una raza más fuerte. No en balde el papa Pío V fue un poco reacio a otorgar la dispensa pontificia necesaria para este matrimonio, aduciendo problemas de conciencia que serían más bien de carácter político. Una vez obtenida, se firmaron las capitulaciones en Madrid el 24 de enero de 1570. El novio tenía 42 años y la futura esposa 21.
La boda se realizó por poderes en el castillo de Praga, ciudad donde residían los emperadores, el 4 de mayo de 1570. La entrega de la novia se realizará en tierras flamencas al ser el viaje menos costoso para las arcas alemanas. El duque de Alba recibió a la comitiva en Nimega, llegando a las costas cántabras el 3 de octubre de 1570. La reina venía acompañada de sus hermanos los archiduques Wenceslao y Alberto, quienes venían a Castilla a formarse como habían hecho sus hermanos mayores. La misa de velaciones se celebró en la capilla del Alcázar de Segovia el 14 de noviembre, transcurriendo la luna de miel en el palacio de Valsaín. El cronista cuenta que "a la mañana siguiente el Rey y la Reina fueron vistos alegres y contentos y salieron a oír misa en la iglesia pública". Doce días después Anna hace su entrada pública en Madrid, dirigiéndose al Alcázar para conocer a las hijas de su esposo. Las damas de la corte habían dicho a las pequeñas que su madre regresaba del cielo; cuando la infanta Isabel contempló a la nueva reina se echó a llorar diciendo: "Esta no es mi madre, que tiene el pelo rubio". La niña, de cuatro años de edad, recordaba los cabellos oscuros de su madre por lo que no se creyó la comedia inventada por las damas. Doña Anna contó a las infantas que no era su madre, pero que las iba a querer como si lo fuera, como en efecto ocurrió.
Desconocemos si Anna se enamoró profundamente de su marido; precisamente los historiadores que afirman una aventura de Felipe con la Princesa de Éboli la sitúan en estas fechas. Si esta infidelidad fue cierta la reina no manifestó públicamente sus celos, quizá por ser una mujer de callada naturaleza. El embajador veneciano nos cuenta que el rey visitaba tres veces al día a su esposa: por la mañana, antes de oír misa, más tarde para tomar juntos un refrigerio - el rey comía solo y a la vista de la corte como indicaba la etiqueta - y por la noche. Este mismo embajador nos describe la alcoba regia: "dos camas bajas, separadas dos palmos una de otra y cubiertas por una cortina, de tal manera que parecían una sola". La austeridad y la sencillez se adueñó de la corte de Madrid hasta el punto de que el embajador francés llegó a quejarse porque la corte "parece un convento de monjas".
Si uno de los factores que determinaron la elección de doña Anna fue la elevada natalidad de su familia, ella no se quedará a la zaga. Pronto se quedó embarazada y el 4 de diciembre de 1571 nació el primer varón, bautizado con el nombre de Fernando en honor de Fernando el Católico. Se cuenta que el niño estaba dormido durante el bautizo, lo que fue interpretado como señal de mal agüero. En efecto, el príncipe Fernando falleció el 18 de octubre de 1578, a los siete años de edad.
En un viaje a El Escorial la reina sintió profundos dolores de parto para dar a luz en Galapagar de forma repentina; nacerá un niño llamado Carlos Lorenzo quien fallecerá el 9 de julio de 1575. Tres días después de la muerte del infante nace en Madrid el tercer hijo de la pareja llamado Diego Félix quien falleció a causa de viruelas el 21 de noviembre de 1582, también con siete años.
El 13 de abril de 1578 nace en el Alcázar madrileño un nuevo varón bautizado con el nombre de Felipe; será el heredero de la corona, aunque en el momento de su nacimiento había dos hermanos por delante en la línea de sucesión. El quinto y último parto de Anna de Austria tendrá lugar el 14 de febrero de 1580 viniendo al mundo una niña llamada María, quien fallecerá el 4 de agosto de 1583 con tres añitos. Tras este quinto parto, la reina sufrirá una grave anorexia que la puso a las puertas de la muerte. Fue necesaria la intervención del padre fray Alonso de Orozco, que dio a Anna una perdiz y una loncha de tocino asados mientras recitaba versos del Magnificat del que era muy devoto. La reina comió parte de las viandas que le fueron ofrecidas y se levantó con salud. Sin embargo Anna fallecería víctima de una gripe epidémica que previamente había padecido Felipe quien, posiblemente, contagió a su esposa. Anna fallecía en Badajoz el 26 de octubre de 1580. Un cronista nos cuenta que de esta epidemia "falescio mucha gente, despoblándose casas, y en este monasterio de San Lorenzo no quedó fraile que no cayese en cama". Tras practicarse la autopsia al cadáver de la reina se halló un feto muerto en su seno. Anna fue enterrada en el Panteón de los Reyes de El Escorial por haber sido madre de rey.
La personalidad de Felipe Il es difícil de evaluar ya que se presenta muy compleja, mostrándose dos periodos totalmente diferentes en su vida marcados por el año 1568, "anno horribilis" de la monarquía hispánica al iniciarse la Guerra en Flandes y fallecer el príncipe Carlos y la reina Isabel de Valois. El retrato que nos presentan en 1577 lo describe como "de estatura mediocre, pero muy bien proporcionado; sus rubios cabellos empiezan a blanquear; su rostro es bello y agradable; su humor es melancólico (...) Se ocupa de los asuntos sin descanso y en ello se toma un trabajo extremado porque quiere saberlo todo y verlo todo. Se levanta muy temprano y trabaja o escribe hasta el mediodía. Come entonces, siempre a la misma hora y casi siempre de la misma calidad y la misma cantidad de platos. Bebe en un vaso de cristal de tamaño mediocre y lo vacía dos veces y media. (...) Sufre algunas veces de debilidad de estómago, pero poco o nada de la gota. Una media hora después de la comida despacha todos los documentos en los que debe poner su firma. Hecho esto, tres o cuatro veces por semana va en carroza al campo para cazar con ballesta el ciervo o el conejo".
Una de las facetas más destacadas de esa compleja personalidad será la de mecenas. Durante el largo viaje que realizó en su juventud a los Países Bajos, Alemania e Italia pudo comprobar personalmente la implicación de las cortes de aquellos países con la cultura, contactando con los principales talentos humanistas y artistas de la época. Desde ese momento iniciará un programa cultural al que aportará importantes sumas de dinero, considerando que la monarquía debía tomar el papel de promotora de la ciencia y el conocimiento. Bien es cierto que fue un proyecto en el que apenas pudo involucrar a la élite española ya que adolecía de refinamiento cultural. No en balde, cuando Felipe regresó a Castilla en 1559, buena parte de los aristócratas y sus esposas que habían tenido la oportunidad de contemplar y vivir el refinamiento cultural de los Países Bajos sintieron una profunda desilusión como escribe un noble: "Echamos harto de menos a Flandes, y, aunque Su Magestad lo disimula, deve pasar por él lo que por todos". Esta política de impulso cultural convertirá a Felipe en el principal mecenas de Europa. A lo largo de sus viajes modelará sus aficiones estéticas aunque será la pintura una de sus actividades favoritas, intentando pintar durante algún tiempo. Su pintor favorito sería Tiziano, al que encargó numerosas pinturas tanto de carácter mitológico - las famosas Poesías cuya Danae guarda el Museo del Prado - o religioso, apreciándose un cambio de tendencias a partir de 1560 cuando la mayoría de los lienzos de temática sacra serán exhibidos públicamente. El retratista Antonis Mor, los escultores italianos Pompeio y Leone Leoni o los manieristas italianos Cambiaso, Zuccaro o Tibaldi trabajarán intensamente en los proyectos artísticos de Felipe. Otro de sus favoritos será el curioso pintor flamenco Jeronimus Bosch, más conocido como El Bosco cuya importante colección se puede apreciar en el Prado. Aunque tuvo preferencia por el arte flamenco e italiano no despreció a los artistas peninsulares apoyando a los retratistas Alonso Sánchez Coello y Juan Pantoja de la Cruz, sin olvidar el importante papel de Juan Fernández de Navarrete, El Mudo, en la actividad decorativa de El Escorial. En el momento del fallecimiento de Felipe había unas 1150 pinturas importantes en El Escorial y unas 300 en el Alcázar de Madrid. Pero el ejemplo más ilustrativo de la relación entre mecenas y artista lo encontramos en la estrecha colaboración entre Felipe y Juan de Herrera, el arquitecto que ocupó el principal papel en el programa de construcción diseñado por el monarca. El matrimonio con Isabel de Valois también contribuyó a favorecer la vida cultural en la corte gracias a su afición por la música, las escenificaciones y el arte, extendiendo su patrocinio personal sobre Sánchez Coello y la italiana Sofonisba Angusciola. El papel de las hermanas de Felipe en esta política de mecenazgo tampoco es despreciable, siendo la infanta Juana la promotora de la construcción del convento de las Descalzas Reales de Madrid donde se desarrollará una corte cultural paralela.
Siguiendo la rigurosa etiqueta borgoñona impuesta en la Corte por Carlos I, Felipe comía siempre solo, compartiendo en escasas ocasiones la mesa con sus hijos o la reina. Cada cierto tiempo la comida era pública, pudiendo contemplar los súbditos la alimentación de su monarca. El rey hacía dos comidas al día: almuerzo y cena pero su dieta era casi igual en ambas: pollo frito, perdiz o paloma, pollo asado, tajada de venado, ... Apenas consumía pescado, excepto el Viernes Santo, ya que tenía bula del papa que le permitía incluso comer carne los viernes, aunque de una sola clase. Eso sí, cuando comía lo que para lo demás estaba prohibido lo hacía en un lugar privado, con el fin de no dar mal ejemplo. En general; comía frugalmente. Debido a la dieta abundante en carne y escasa en frutas y verduras - aunque estaban presentes - no nos sorprende que sufriera de estreñimiento, teniendo que administrarle frecuentemente importantes dosis de vomitivos y enemas. La mayor parte de su vida manifestó un aspecto enfermizo, resaltado por su cutis pálido y el pelo rubio que le daban un aspecto casi albino. Junto a las hemorroides y dolores de estómago, sufrió de asma, artritis, gota, cálculos biliares y malaria, sin olvidar que padecía de sífilis congénita que provocaba continuos dolores de cabeza. La gota, cuyo primer ataque sufrió a los 36 años, hizo que los últimos 20 años de su vida apenas se pudiera mover, construyéndose a tal efecto una silla especial. El delicado estado de salud del rey le hacía depender mucho de los médicos aunque no confiaba en ninguno de ellos; tampoco recurría a remedios de curanderos. El recurso para estar saludable era simple: "buen recogimiento y tener un poco de cuenta la salud". Su idea de ejercicio era caminar y respirar mucho aire fresco por lo que no andaba muy desencaminado con las tendencias actuales.
Sus grandes pasiones serán la caza, los libros, las colecciones y las mujeres. A cazar dedicó largas horas desde su juventud, especialmente en los alrededores de Madrid: la Casa de Campo y El Pardo. Respecto a los libros consiguió reunir una gran biblioteca en la que se encuentran desde libros de teología hasta tratados científicos. La joya de El Escorial sería la. biblioteca, formada por un núcleo original de 4.000 volúmenes regalados por Felipe en 1575, convenciendo a prelados y nobles para que siguieran su ejemplo, a la vez que envió a un buen número de agentes por Europa a la búsqueda de ediciones raras. La biblioteca no estaba considerada como un mero depósito de libros sino que debía tener lectores, por lo que se hizo pública. La manía coleccionista de Felipe no tenía límites; poseía más de 5.000 monedas y medallas, joyas y obras de arte en plata y oro, 137 astrolabios y relojes, instrumentos musicales, piedras preciosas y 113 estatuas de personajes célebres en bronce y mármol. Era propietario de una gran colección de armas y armaduras que depositó en la Armería de Palacio, donde hoy se pueden contemplar en buen número. Las colecciones privadas de Felipe fueron valoradas a su muerte en 1598 en bastante más de 7 millones de ducados, cuando la joya arquitectónica que promovió, El Escorial, había costado cinco millones y medio. Las reliquias serán otra de sus pasiones, incluyendo al final de su vida en su colección más de 7.000, entre las que destacan diez cuerpos enteros, 144 cabezas, 306 brazos y piernas, miles de huesos de diversas partes de santos cuerpos, así como cabellos de Cristo y la Virgen, fragmentos de la auténtica cruz y de la corona de espinas, traídos en su mayoría de Alemania. Cada una de estas piezas iba dentro de un costoso relicario de plata por lo que el aspecto no era tan macabro como se supone. Tampoco es despreciable su enorme colección de cuernos de animales que puede haber estado vinculada a su supuesto valor medicinal. Y es que Felipe deseaba saber, de ahí su interés por todos los aspectos del arte, la ciencia y la cultura, fascinándole la alquimia y la magia, recurriendo en algunos momentos a consejeros de astrología, inquietándole conocer el significado de los cometas, eclipses y otros fenómenos raros, a la vez que consultaba los horóscopos.
Dentro de su gran afición por el entretenimiento, la música y el baile cuentan también entre sus aficiones favoritas, sin olvidar la pasión por los ritos de caballería, justas y torneos en los que participó activamente. Durante su adolescencia contó con un preceptor musical, aprendiendo a tocar algún instrumento, a la vez que participaba en todos los bailes que se celebraban en la Corte, siendo un gran amante de la juerga nocturna y la diversión. No había fiesta que se preciara que no contara con su presencia, participando en numerosos actos como los carnavales o las romerías populares. Sin embargo, no era muy aficionado al teatro, aunque en 1587 se autorizara a las mujeres actuar en los escenarios madrileños gracias a una iniciativa suya. De esto debemos deducir que la corte de Madrid no era lo lúgubre como la pintan algunos especialistas. Sin embargo, le gustaba más prestar la atención que el dinero; dicen que su sentido económico rayaba en la tacañería y dejaba de cubrir puestos de relevancia en la corte solo para ahorrarse los sueldos.
Los viajes serán frecuentes a lo largo de su reinado, aunque no tendrá el mismo espíritu aventurero que su padre. En su juventud realizó varios viajes a Italia, Flandes, Inglaterra y Alemania, empapándose del espíritu europeista que caracteriza a Carlos. Sin embargo, tras instalarse en la Península Ibérica en 1559 nunca volverá a salir de ella, viviendo durante una larga temporada en Portugal - dos años y cuatro meses - tras tomar posesión del trono del país vecino en 1580, sin olvidar los casi continuos y obligados viajes al reino de Aragón para participar en las reuniones de Cortes - tres años en total -, sintiendo una admiración especial hacia los habitantes de estos reinos. La imagen de un rey enclaustrado pertenece a la leyenda. Pero sus viajes más frecuentes eran en los alrededores de Madrid: El Pardo, Rivasvaciamadrid, El Escorial, Torrelodones, La Fuenfría, Aranjuez, ..., embarcándose en un amplio programa de construcción de residencias reales en los alrededores de la capital que dieron trabajo durante décadas a miles de operarios, siendo su mayor empresa cultural la construcción del monasterio de San Lorenzo de El Escorial, participando en la elaboración de los planos junto a Juan Bautista de Toledo y Juan de Herrera, acercándose continuamente a inspeccionar los trabajos. La construcción de esta maravilla artística se prolongó entre 1562 y 1595, momento en el que se consagró la basílica. Cuatro nobles japoneses que llegaron a España en 1584 expresaron su admiración ante "una cosa tan magnífica cual hasta agora no hemos visto ni pensamos ver".
Otra de sus más grandes aficiones serán los jardines, hasta el punto de considerar a Felipe como el primer rey ecologista. Durante su viaje a Flandes admiró las estructuras de los amplios jardines a la francesa, trayendo la idea a la península; incluso mandó llamar a jardineros flamencos e italianos para que diseñaran los jardines palaciegos, ya que los jardineros españoles eran más aficionados al árbol frutal que al decorativo. Como bien dice Henry Kamen "fácilmente accesibles desde la capital, ofrecían un remanso de paz en el que podía refugiarse de las obligaciones administrativas". El estado de los bosques también fue su preocupación, interesándose por la conservación de los montes y manifestando en 1582: "temo que los que viniesen después de nosotros han de tener mucha queja de que se los dejemos consumidos y plegue a Dios que no lo veamos en nuestros días". Su amor por la naturaleza le llevó a insistir regularmente, tanto a sus hijos como a sus ministros, que debían tomar más aire fresco a menudo. También debemos considerar el interés del rey por la medicina y las plantas medicinales, estableciéndose farmacias reales en Madrid y en San Lorenzo.
Poseía Felipe un buen juicio y una memoria afortunada, pero tenía un grave defecto que anulaba dichas cualidades: no era capaz de tomar soluciones rápidas. Todas las decisiones fueron consultadas a sus asesores, por insignificantes que fueran, sintiéndose siempre agobiado de trabajo. Felipe hubiera sido el hombre más feliz del mundo con un ordenador personal en el que hubiera archivado todos los papeles, informes y documentos que se acumulaban sobre su mesa, informes que eran leídos, cuando él no podía por motivos de salud, por su hija Isabel Clara Eugenia, y contestados, con notas marginales de su puño y letra. De ahí la imagen de Felipe II como un rey papeleta, gobernando sus territorios como una araña que dirige su tela desde el centro. Como tenía que meditar tanto, las resoluciones se dilataban hasta el punto de llegar demasiado tarde en ocasiones lo que no debemos culpar en su totalidad al rey ya que las comunicaciones no eran tan rápidas como en la actualidad. Cuando recibía malas noticias se ponía enfermo y sufría de diarreas, por lo que retrasaba las decisiones alegando dolores de cabeza y malestar.
El fanatismo religioso de Felipe será uno de sus aspectos más aireados. " Se sabe que gastaba entre días y noches (...) casi cinco horas de - oración - mental y vocal con el tiempo que oía misa y los oficios divinos. (...) Se entraba después de cenar y después de comer en el oratorio (...) y, con estar cerrada la puerta, oían algunas veces los golpes que se daba en los pechos". Asistía a misa diariamente, comulgando varias veces al año, mostrando siempre públicamente su respeto por la Iglesia. Su mayor preocupación será el mantenimiento de la pureza de la Religión Católica, convirtiéndose en el paladín de la Cristiandad, aunque debemos advertir una buena dosis de razón política en esta faceta, ya que a través del catolicismo mantuvo siempre unidos sus estados a excepción de los Países Bajos. Sin embargo, la intransigencia de su fe, le llevaron en ocasiones al fanatismo y la intolerancia, como cualquier monarca del siglo XVI, apoyando en todo momento la labor de Inquisición y asistiendo a los autos de fe. Conocedor de la división política que había supuesto el protestantismo en el Imperio Alemán, Felipe se manifestó intransigente en el aspecto religioso con el fin de no perder sus posesiones territoriales y no repetir el fracaso vivido por su padre.
La intransigencia que manifestó el rey en algunos aspectos de su vida choca con la ternura, el cariño y el amor con el que trató a sus hijos, especialmente a Catalina y a Isabel, como ponen de manifiesto las numerosas cartas que les escribió donde se nos muestra a un hombre entrañable y preocupado por el futuro de sus hijas y nietos. El recto equilibrio entre trabajo y familia fue algo que Felipe observó escrupulosamente, sin descuidar en ningún momento una cosa por la otra. Después de horas y días de papeleos, anhelaba salir para relajarse con su familia, aunque sólo fuera un rato. Hacia su pueblo, Felipe sintió un profundo interés aunque tenía escaso contacto con él, ya que odiaba las multitudes; consideraba adecuado mostrarse accesible los días festivos, comiendo "en público" cuando le era posible e imponiendo la regla de ser accesible a las peticiones particulares en el camino de ida y vuelta a misa dominical. Pero este contacto con el pueblo debía ir parejo a la garantía de su seguridad personal, ya que en Lisboa, en 1581, se produjo un atentado fallido contra la vida del rey, tomándose a partir de esa fecha mayores precauciones.
A medida que iba avanzando en edad, la salud de Felipe se fue deteriorando. Los ataques de gota se repetían con mayor frecuencia y llegó un momento en el que no podía ni firmar debido a su artrosis en la mano derecha. Antes de cumplir los 70 años no podía mantenerse ni de pie ni sentado y viajar le resultaba tremendamente doloroso. A finales del mes de julio de 1598 Felipe sufrió unas fiebres tercianas de las que mejoró un poco a los 7 días, después aparecieron unos accesos en la rodilla y en el muslo derecho, practicándose la apertura de los tumores para extraer el humor que contenían, una vez "estaban maduros". Cuatro accesos más aparecieron en el pecho, corriendo la misma suerte que los anteriores. Pronto se le declaró una hidropesía que le produjo inflamación en las piernas, los muslos y el vientre. El resto del cuerpo sólo era pellejo y huesos. Durante toda la enfermedad el rey tuvo que estar postrado en la cama, sufriendo dolores tan intensos que no se le podía mover, tocar, lavar o cambiar de ropa, de tal forma que evacuaba en el lecho y su cuerpo estaba lleno de deyecciones, pus y parásitos, lo que hacía sufrir más al pobre enfermo que siempre había sido muy meticuloso con la limpieza. La fiebre no le abandonó y padeció durante la larga enfermedad de una insaciable sed.
Su fortaleza era increíble, utilizando su fe para sacar fuerzas de flaqueza. Su habitación estaba llena de pared a pared de imágenes religiosas y crucifijos. Regularmente rociaba agua bendita sobre su cuerpo. Comulgó por última vez el 8 de septiembre, ya que los médicos se lo prohibieron a partir de ese momento por miedo a ahogarse al tragar la hostia. Al no poder sostener un libro contaba con lectores que le hacían sus últimos días más agradables. Diez días antes de morir entró en una crisis que le duró cinco días. Cuando volvió en sí, hizo entrar en su cámara a la infanta Isabel, a quien dio el anillo de su madre recomendándole que nunca se separara de él, y a Felipe, el heredero de la Corona, haciéndole entrega de un legajo con las instrucciones sobre los asuntos de gobierno. A las cinco de la madrugada del domingo 13 de septiembre de 1598 fallecía en El Escorial el monarca más poderoso de la tierra, aquel en el que sus dominios nunca se pone el sol. Tenía 71 años y su agonía duró 53 días.
Como bien dice Fernando Checa: "Felipe II no era ni puritano ni abominable (...) Lo que pretendió fue, a través de su mecenazgo, cristianizar la antigüedad clásica, tomar su legado profano y, sin despreciarlo, amoldarlo a los nuevos tiempos".
(C) 2002 Juan Carlos Cobo Cueva
ENLACES
- ARTEHISTORIA.COM - Radio - Incluye una biografía locutada de Felipe II
No hay comentarios:
Publicar un comentario